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Vapeototal

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2 May 2014
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Madrid
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La mayor revisión cientí­fica realizada hasta hoy sobre el uso, el contenido y los efectos para la salud de los cigarrillos electrónicos ha producido más de una quemadura. Aunque buena parte de la literatura médica se ha venido centrando en destacar las perniciosas consecuencias derivadas de fumar estos sucedáneos de tabaco a pilas, el nuevo informe parece dar cierta tregua a los fabricantes. Si bien se desconocen los efectos a largo plazo del consumo, ha quedado demostrado que, comparados con los cigarros convencionales, los e-cigarros son menos dañinos para usuarios y acompañantes.

El trabajo ha sido coordinado por la Universidad Queen Mary de Londres y ha consistido en la revisión de una gran parte de todo lo que hasta ahora se ha publicado al efecto. La conclusión: a pesar de las lagunas de conocimiento que todaví­a padecemos sobre estos artilugios, la evidencia acumulada no justifica que se invoquen regulaciones de restricción de su uso similares a las del tabaco. De hecho, las posibles beneficios de su utilización (sustanciados en una considerable reducción de las dosis de nicotina ingeridas) podrí­an ser mayores que los posibles perjuicios.

La popularidad de los cigarrillos electrónicos no ha dejado de crecer desde su aparición en el mercado, a lomos de la desesperación de millones de adictos que quieren dejar de fumar y de portentosas campañas de marketing que han logrado que hasta celebridades como Kate Moss y Leonardo Di Caprio exhiban sin reparos sus dispositivos de vapor eléctrico. Su éxito es tan grande que el Citibank lo incluyó en la lista de 10 tecnologí­as que más cambiaron el mundo en 2013 y la revista norteamericana The Atlantic afirmó que "se trata del mayor cambio en los hábitos personales desde que en cigarro sustituyó al tabaco de mascar". Pero, sorprendentemente, para muchos expertos todaví­a carecen de la suficiente evidencia cientí­fica que permita avalar su uso como una terapia inocua y eficaz contra el tabaquismo

Un estudio del Instituto Nacional de Innovación en la Salud de Nueva Zelanda comparó la efectividad de los e-cigarrillos y de los parches de nicotina para dejar de fumar después de 13 semanas de tratamiento. Para ello se reclutó a 657 fumadores a través de anuncios de prensa. Todos ellos habí­an manifestado su intención de abandonar el hábito y fueron divididos en tres grupos. Uno usó durante las 13 semanas cigarrillos electrónicos disponibles en el mercado que contienen cerca de 16 miligramos de nicotina, otro recibió tratamiento con parches y a un tercero se le aplicó un placebo que no contení­a nada de nicotina.

Tras las semanas de tratamiento y tres meses más de seguimiento personalizado, todos los participantes fueron sometidos a varios tests para determinar si realmente se habí­an abstenido de consumir tabaco. Al final de todo el periodo de estudio, sólo el 5,7 por 100 de los participantes habí­a dejado de fumar. Sin embargo, se detectó una proporción algo mayor en los consumidores de cigarrillos electrónicos: 7,3 por 100, por 5,8 en los de parches y un 4,1 en los del placebo. Según los autores, estas diferencias realmente no son significativas en términos estadí­sticos, por lo que puede concluirse que los e-cigarrillos y los parches presentan una eficacia equivalente.

Entre los participantes que no lograron dejar de fumar sí­ se detectó un importante descenso de la cantidad de tabaco consumida tanto entre los usuarios de cigarros electrónico como en los de parches, no así­ en el grupo de control con placebo. De hecho, la mitad de los participantes logró reducir algo su hábito.

A favor de los nuevos dispositivos juega la aceptación por el usuario, una tercera parte de los voluntarios mantuvo la terapia sin pausa durante todo el proceso, mientras que solo el 8 por 100 de los que llevaban parches aguantó el tratamiento sin ninguna quiebra. El 90 por 100 de los fumadores electrónicos relató que "recomendarí­a su uso a un amigo".

Los expertos consideran que aún queda mucho por conocer sobre las bondades de este tipo de tecnologí­as. Por eso es necesario actuar con cautela. Los cigarrillos electrónicos han invadido el mercado sin permiso, antes de que contemos con el cuerpo de evidencia suficiente que avale su eficacia y su inocuidad y aprovechando una gran incertidumbre regulatoria en casi todos los paí­ses. Sobre todo porque aún no conocemos las implicaciones para la salud que pueda tener su uso a largo plazo.

Un artí­culo publicado en 2012 en la revista Chest mostraba la preocupación de algunos expertos por posibles efectos secundarios del uso de e-cigarrillos. Se alertaba del aumento del riesgo de padecer inflamaciones en las ví­as respiratorias. Otra nota de la Sociedad Respiratoria Europea afirma que es probable que algunos usuarios con problemas coronarios presenten contraindicaciones para el consumo de estos dispositivos, ya que los niveles de oxí­geno en sangre se reducen tras 10 minutos de utilización. La clasificación de estos productos como sustancias de consumo habitual o como sustancias de uso terapéutico ha sido uno de los mayores motivos de polémica entre las autoridades sanitarias y las empresas productoras en el último año. En julio de 2013 la Directiva sobre Productos de Tabaco introdujo una norma que no gustó nada a las empresas distribuidoras: todos los cigarrillos electrónicos que contengan más de 4 miligramos de nicotina deben ser clasificados como medicamentos y podrán venderse bajo prescripción médica con el fin de ayudar a las terapias antitabaquismo. Además, los cigarros electrónicos están sujetos también a la normativa que obliga a informar sobre los efectos dañinos del hábito de fumar.

Por eso, esta nueva investigación publicada en Londres ha hecho que de las cabezas de muchos expertos empiece a salir humo… y en este caso no precisamente electrónico. Es el primer gran espaldarazo al uso de vapeadores.
 
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