Cuando el conflicto eclipsa una buena causa: la urgencia del diálogo para priorizar el bienestar público

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La lucha contra el tabaquismo y otros productos de consumo nocivos está atrapada en un campo de batalla ideológico. Un reciente estudio documenta las tácticas intimidatorias empleadas por algunas empresas de tabaco, alcohol y alimentos ultraprocesados para frenar regulaciones, pero también expone las profundas divisiones dentro de la comunidad de salud pública. Cuando millones de vidas están en juego, la falta de diálogo y el rechazo hacia la reducción de daños amenazan con retrasar las soluciones. ¿Es posible priorizar el bienestar público por encima de los intereses y las rivalidades ideológicas?

En medio de la aguda polarización que define la lucha por la salud pública, surge una pregunta inevitable: ¿quién es el verdadero perdedor en esta batalla? 

En el epicentro de estas discusiones, donde se cruzan los intereses de la salud pública y de la industria, las palabras trascienden su función de herramientas argumentativas y se convierten en poderosas armas de impacto devastador. Estas son capaces de erosionar los consensos necesarios para avanzar y de desacreditar voces cruciales, obstaculizando el progreso colectivo y dejando un terreno marcado por la confrontación en lugar de la colaboración.

Guerra sucia

Un reciente estudio publicado en Health Promotion International denuncia tácticas intimidatorias utilizadas por las industrias del tabaco, el alcohol y los alimentos ultraprocesados. La investigación, encabezada por la Dra. Karen Evans-Reeves, del Departamento de Salud y del Grupo de Investigación en Control del Tabaco de la Universidad de Bath, detalla cómo estas empresas desacreditan, amenazan y vigilan a los investigadores y defensores que exigen regulaciones más estrictas. 

Sin embargo, este análisis también pone en evidencia una herida más profunda: la fractura interna entre quienes, al menos en teoría, comparten el objetivo común de reducir el daño provocado por estos productos.

Karen Evans-Reeves señaló que identificaron tácticas intimidatorias dirigidas a defensores e investigadores en todos los sectores analizados. Entre las más comunes se encuentran la desacreditación pública, seguida de amenazas legales, acciones judiciales, quejas y solicitudes de acceso a información pública, a menudo atribuidas a las industrias dañinas para la salud o a terceros vinculados a ellas. 

Evans-Reeves destacó que el lenguaje empleado para desacreditar a los defensores e investigadores —ya sea por parte de las corporaciones o de sus aliados vinculados a la industria— es sorprendentemente inflamatorio. Estos suelen ser etiquetados como extremistas, personas poco calificadas o un derroche de dinero de los contribuyentes. Además, términos como «extremistas», «fascistas», «nazis», «fanáticos» y «prohibicionistas» son frecuentemente utilizados para minar su credibilidad.

La profesora Marewa Glover compartió en Twitter/X su experiencia de haber sido «cancelada» por la comunidad científica, advirtiendo que muchas víctimas de acoso y cancelación han llegado al suicidio. 

La profesora señaló que algunas personas dentro del ámbito del control del tabaco mienten, mientras que otras son incompetentes, hipócritas, abusivas o incluso crueles. Según ella, muchas de estas personas han sido influenciadas por una narrativa altamente controlada y limitada, lo que las hace ingenuas y manipulables. Glover reconoció que en el pasado también formó parte de ese entorno, donde se sintió absorbida, entusiasmada e impulsada a apoyar impuestos, estrategias de cambio de comportamiento y leyes destinadas a destruir la industria del tabaco.

Un campo dividido 

La polarización en la salud pública no es un fenómeno nuevo, pero parece intensificarse a medida que las narrativas se endurecen. 

Por un lado, los autores del estudio denuncian las agresivas tácticas de las industrias. Por otro lado, voces críticas argumentan que algunos de los propios investigadores y defensores citados han recurrido a estrategias cuestionables contra quienes promueven enfoques como la reducción de daños. 

Este paradigma busca minimizar los riesgos asociados al consumo de productos nocivos mediante alternativas como cigarrillos electrónicos o tabaco calentado. Pero en lugar de ser un punto de encuentro ha sido motivo de divisiones internas y ataques cruzados que sustituyen el debate constructivo por una confrontación ideológica. El terreno común, esencial para avanzar en soluciones integrales, parece desmoronarse bajo el peso de estas disputas. 

Así, en lugar de concentrar esfuerzos en combatir los verdaderos daños —las enfermedades y muertes prevenibles relacionadas con estos productos—, la atención se desvía hacia luchas internas que solo benefician a algunas partes interesadas, no a la sociedad en general.

Falta de diálogo y oportunidades perdidas

En un contexto donde las enfermedades no transmisibles son responsables del 75% de las muertes globales, la falta de un diálogo maduro es más que preocupante: es inaceptable. 

Mientras algunos defienden medidas prohibitivas estrictas como la única solución, otros alertan sobre el riesgo de que estas políticas empujen a los consumidores hacia opciones más dañinas, como los cigarrillos tradicionales. Ambos lados tienen argumentos válidos, pero en lugar de explorar estas perspectivas de manera colaborativa, el debate se ha convertido en un enfrentamiento que ralentiza la implementación de soluciones equilibradas y efectivas.

El estudio de Evans-Reeves deja claro que las tácticas de intimidación utilizadas por las industrias obstaculizan gravemente el progreso. Pero también pone de manifiesto que las fracturas dentro de la propia comunidad de salud pública amplifican este problema. Sin respeto mutuo ni voluntad de construir consensos, incluso las causas más urgentes pueden quedar atrapadas en el fango de los ataques personales y la desconfianza.

El poder de la reducción de daños

El paradigma de la reducción de daños es por naturaleza una oportunidad para tender puentes entre posturas enfrentadas. Este enfoque no busca reemplazar las estrategias tradicionales de cesación del consumo de productos nocivos, sino complementarlas con alternativas para quienes no pueden o no desean abandonar el consumo. 

Los cigarrillos electrónicos, por ejemplo, eliminan la combustión, principal responsable de enfermedades relacionadas con el tabaco, y han demostrado ser efectivos en contextos de cesación, particularmente entre personas que han fracasado con otros métodos.

Sin embargo, la resistencia ideológica (y la defensa intransigente de intereses personales y corporativos) de algunos sectores del control del tabaco ha frenado la adopción de estas herramientas como parte de estrategias integrales de salud pública. 

Los defensores de la reducción de daños enfrentan una batalla en dos frentes: contra las industrias que buscan desacreditarlos y contra ciertos colegas que los acusan de alinear sus intereses con las corporaciones que intentan regular. Este contexto dificulta el avance de políticas más inclusivas y perpetúa un ciclo de desconfianza y estancamiento.

La pregunta clave no es si la reducción de daños es una solución perfecta, sino si estamos dispuestos a explorarla como una herramienta más en el arsenal contra el tabaquismo y otras adicciones. Ignorar este enfoque por rivalidades internas o prejuicios ideológicos es una decisión que afecta directamente la vida de millones de personas.

El bienestar público debe estar por encima de las ideologías

El problema central de este conflicto no es la falta de evidencia, sino la ausencia de voluntad para dialogar. 

La salud pública no puede darse el lujo de ser rehén de intereses institucionales o personales. Las personas que enfrentan los daños del tabaco, el alcohol o los alimentos ultraprocesados no necesitan divisiones, necesitan soluciones efectivas que respondan a sus realidades. Esto requiere un cambio de enfoque: abandonar las etiquetas despectivas, superar los prejuicios y construir sobre los puntos en común.

Aunque las industrias tienen una responsabilidad indiscutible en perpetuar tácticas desleales, la comunidad de salud pública también debe reflexionar sobre sus propias fallas. Campañas de desacreditación y hostilidad hacia enfoques divergentes no ayudan a construir un futuro más saludable. El verdadero progreso exige reemplazar la confrontación con el diálogo, transformar las diferencias en oportunidades para el aprendizaje mutuo y priorizar la salud pública por encima de las ideologías.

El estudio de Evans-Reeves es un recordatorio de que la fragmentación nos hace vulnerables. Las tácticas de intimidación prosperan en un terreno dividido. Pero la solución no está solo en denunciar estas prácticas, sino en consolidar una comunidad que sea inclusiva, colaborativa y capaz de dialogar, porque al final del día el enemigo no es quien está sentado al otro lado de la mesa, sino la cantidad de vidas perdidas por enfermedades prevenibles.

La lucha contra el tabaquismo y otros productos nocivos no se ganará con victorias individuales ni eliminando a quienes piensan diferente. Se ganará cuando todos los actores sean capaces de sentarse juntos y trabajar hacia un objetivo común: proteger la salud pública y salvar vidas.


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