Un nuevo estudio asegura que el vapeo no ayuda a dejar de fumar, pero al adentrarnos en las complejas capas de su metodología descubrimos que las conclusiones obedecen más a decisiones de diseño e interpretación que a una evaluación completa de la realidad.
Durante dos décadas, millones de personas en todo el mundo han dejado atrás el cigarrillo y han encontrado en el vapeo una alternativa menos dañina. Con la combustión se han despedido también de los tóxicos responsables de enfermedades pulmonares, cardiovasculares y cáncer. No es un relato aislado ni una historia sujeta a la interpretación de anécdotas individuales: es un fenómeno documentado, respaldado por estudios clínicos rigurosos, revisiones sistemáticas y metaanálisis.
Desde 2020, hemos acercado a nuestros lectores de The Vaping Today esta evidencia, analizando los datos antes de publicarlos y con el rigor que el debate exige. Pero la batalla por la narrativa de la cesación tabáquica sigue abierta y no siempre se libra en el terreno de la ciencia. A menudo, las posiciones ideológicas se disfrazan de certezas académicas, los titulares simplifican realidades complejas y la salud pública queda atrapada entre los datos y la doctrina. En este escenario, lo que está en juego no es una discusión académica, sino la vida de millones de fumadores que buscan —y merecen— información basada en hechos, no en prejuicios.
Un artículo publicado en JAMA Network Open, titulado “Daily or Nondaily Vaping and Smoking Cessation Among Smokers”, desafía la idea de que el vapeo facilita dejar de fumar. Según sus autores, los fumadores que recurren a los cigarrillos electrónicos no presentan tasas de cesación más altas que aquellos que no los usan y, en algunos casos, su probabilidad de éxito es incluso menor.
A primera vista, el estudio parece ofrecer una sentencia definitiva contra el vapeo. En el ecosistema mediático, donde los titulares suelen reducir la ciencia a afirmaciones contundentes, este hallazgo puede interpretarse como una prueba irrefutable de su ineficacia. Pero la ciencia rara vez es tan simple. En realidad, lo que este estudio pone en evidencia no es una verdad absoluta sobre el vapeo, sino los límites de su propia metodología.
Toda investigación se construye a partir de decisiones: qué medir, qué comparar, qué variables incluir y cuáles dejar fuera. Estas elecciones definen los resultados tanto como los datos mismos. En este caso, la forma en que se diseñó el análisis ignora aspectos clave de la realidad del consumo de nicotina y la cesación tabáquica. No se trata de si los cigarrillos electrónicos funcionan o no, sino de cómo se decidió evaluar su impacto. Porque, en ciencia, las respuestas dependen de las preguntas que se hacen.
El problema no es solo qué se mide, sino cómo se mide. Los resultados no existen en un vacío; dependen de las herramientas utilizadas, de las variables seleccionadas y, sobre todo, de las premisas con las que se inicia la investigación. La objetividad absoluta es una aspiración utópica, más que una garantía, porque cada estudio es, en última instancia, una construcción. Y cuando las preguntas que guían el análisis son limitadas, las respuestas terminan reflejando más el diseño del estudio que la realidad del fenómeno que se intenta comprender.
Esto es precisamente lo que ocurre con muchas investigaciones sobre el vapeo. La ciencia no es inmune a los sesgos, especialmente cuando está atravesada por intereses políticos, ideológicos o incluso por una visión rígida sobre lo que significa «éxito» en la cesación tabáquica.
Si el único criterio válido es la abstinencia total de nicotina, cualquier estrategia de reducción de daños será vista como un fracaso. Si no se distinguen los niveles de dependencia inicial de los fumadores que optan por el vapeo, los resultados se distorsionan. Si no se considera la evolución de los dispositivos y sus diferencias en eficacia, la conclusión reflejará un pasado que ya no existe.
La forma en que se construye el conocimiento es tan importante como el conocimiento mismo. Porque lo que no se mide, lo que se ignora o lo que se decide descartar en el análisis también cuenta una historia. Y en el debate sobre el vapeo, esa omisión no es menor: puede significar la diferencia entre una política de salud pública basada en evidencia o una estrategia diseñada para sostener una narrativa, aunque esta no refleje la realidad.
Vacíos del estudio sobre vapeo y cesación tabáquica
Toda investigación es un recorte de la realidad. Elegir qué medir es también decidir qué ignorar. En el caso del estudio publicado en JAMA Network Open, los investigadores analizaron datos del Population Assessment of Tobacco and Health (PATH), una cohorte representativa de Estados Unidos, y siguieron a 6.013 fumadores durante cuatro años. Sus conclusiones fueron contundentes:
El vapeo diario no se asoció con mayores tasas de cesación tabáquica. O sea, vapear todos los días no ayuda a dejar de fumar.
El vapeo no diario estuvo ligado a tasas más bajas de abandono del tabaco (-5.3 pp, p = .01). Incluso vapear de vez en cuando hace que sea aún más difícil dejar el tabaco.
La abstinencia total de nicotina (tabaco + ENDS) fue menor entre los vapeadores diarios (-14.7 pp, p < .001) y no diarios (-7.2 pp, p < .001). Eso quiere decir que las personas que vapean a diario tienen menos probabilidades de dejar la nicotina por completo.
Bajo esta premisa, los autores concluyeron que los cigarrillos electrónicos no solo no ayudan a dejar de fumar, sino que pueden prolongar la dependencia a la nicotina. Pero una pregunta clave emerge de inmediato: ¿qué no se midió en este estudio que podría cambiar esa conclusión?
Dependencia de la nicotina: la variable ausente que distorsiona los resultados
Uno de los grandes vacíos del estudio es la ausencia de una medida objetiva de adicción a la nicotina, como el Fagerström Test for Nicotine Dependence (FTND). Este dato es crucial porque no todos los fumadores son iguales. Si alguien recurre al vapeo es probable que lo haga precisamente porque tiene dificultades para dejar la nicotina con otros métodos. En otras palabras, los usuarios de cigarrillos electrónicos podrían ser, en promedio, fumadores con un grado de adicción mayor que aquellos que no los utilizan.
Si no se tiene en cuenta este factor, la comparación es injusta. Es como evaluar la efectividad de los tratamientos para el alcoholismo sin diferenciar entre quienes consumían una copa ocasionalmente y quienes tenían una dependencia severa. Si los fumadores más dependientes son también quienes más recurren al vapeo, su menor tasa de éxito en la cesación tabáquica no es una prueba de que el vapeo no funcione, sino un reflejo de la dificultad inherente de ese grupo para dejar la nicotina.
El tipo de dispositivo: ¿qué dispositivos se usaron?
Otro punto que el estudio ignora es la evolución del mercado del vapeo. Desde 2017, los dispositivos han cambiado radicalmente en términos de eficacia y entrega de nicotina. No diferenciar entre generaciones de cigarrillos electrónicos es como evaluar la efectividad de los teléfonos móviles sin distinguir entre un modelo de hace diez años y un smartphone actual.
Sabemos, por estudios previos, que los sistemas de vapeo de alta entrega de nicotina son significativamente más eficaces para la cesación que los modelos antiguos de baja potencia. Si los datos del estudio incluyen a fumadores que usaron dispositivos menos efectivos, los resultados no reflejan la eficacia del vapeo en general, sino la de un producto en particular que ya ha sido superado por avances tecnológicos.
La reducción del consumo de cigarrillos: el éxito que se convierte en fracaso
Aquí radica una de las omisiones metodológicas más graves. El estudio considera como «fracaso» todo caso en el que un fumador siga consumiendo nicotina, incluso si ha reducido drásticamente su consumo de cigarrillos.
Si alguien fumaba 20 cigarrillos al día y, gracias al vapeo, redujo su consumo a solo dos, su caso es registrado como un intento fallido de cesación tabáquica. Pero en términos de salud pública, esta reducción ya representa un avance sustancial.
Esta forma de medir los resultados distorsiona la realidad y penaliza la reducción de daños porque si la única métrica aceptable es la abstinencia total de nicotina, cualquier estrategia que ayude a reducir el daño pero no elimine por completo el consumo será descartada. Y esto es un problema, porque sabemos que en salud pública toda disminución en la exposición a sustancias tóxicas es un paso en la dirección correcta.
El gran malentendido: nicotina no es tabaco
Uno de los errores más graves del estudio es su afirmación de que el vapeo «prolonga la dependencia a la nicotina», asumiendo que esta sustancia es el problema central del tabaquismo. Pero la ciencia lleva décadas dejando claro que la nicotina no es la responsable de las enfermedades relacionadas con el tabaco: el verdadero enemigo es la combustión. Equiparar nicotina con tabaquismo es un error conceptual que distorsiona la discusión.
El estudio de JAMA Network Open no es irrelevante, pero sus conclusiones deben leerse con escepticismo. No considera el nivel de dependencia de los fumadores que recurren al vapeo, ignora la evolución de los dispositivos y descarta los beneficios de la reducción del consumo de cigarrillos. En lugar de ofrecer una visión completa, construye una narrativa donde la abstinencia total de nicotina es el único desenlace aceptable.
¿Se estudió el vapeo o se reafirmó una narrativa?
La ciencia no es neutral. Depende de cómo se pregunta, de qué se elige medir y de lo que se deja fuera. Los estudios no existen en el vacío; son interpretados, amplificados, deformados por los discursos que los rodean. Y en la guerra contra la nicotina, los titulares muchas veces importan más que los datos.
Cuando un estudio sugiere que el vapeo no ayuda a dejar de fumar, la noticia se despliega en los medios como una verdad indiscutible, sin matices ni contexto. La afirmación se repite hasta que se convierte en dogma: los cigarrillos electrónicos no sirven, la reducción de daños es un espejismo, mejor que nadie toque la nicotina.
El miedo es un enemigo poderoso. Si un fumador cree que el vapeo es inútil, es probable que ni siquiera lo intente. Se quedará con lo que conoce, con lo que mata, con lo que cada año le arrebata la vida a ocho millones de personas en el mundo. No por convicción, sino por desinformación. Y en este escenario, no hay neutralidad posible: cada regulación, cada estudio malinterpretado, cada mensaje científico que deslegitima el vapeo sin un análisis riguroso tiene el potencial de sellar el destino de alguien que, con información distinta, podría haber elegido otra salida.
La política también moldea la realidad. Si los organismos de salud pública adoptan la cesación total de la nicotina como la única métrica válida, entonces cualquier estrategia de reducción de daños será vista como un fracaso. El acceso a los cigarrillos electrónicos se restringirá en nombre del bien común, pero con un efecto predecible: muchos fumadores regresarán al tabaco convencional, no porque quieran, sino porque la alternativa les ha sido arrebatada.
Hay otro dato de la realidad: no todos los fumadores pueden o quieren abandonar la nicotina por completo. Para algunos, el vapeo no es una puerta de salida absoluta, pero sí un refugio donde el humo ya no es parte de la ecuación. Sin embargo, en los estudios que dictan las políticas, esta reducción del riesgo y del daño no cuenta. Si alguien deja de fumar, pero sigue usando nicotina, no es considerado un éxito. En las cifras, sigue siendo un intento fallido. Pero en términos de salud pública, ¿cómo se puede ignorar la diferencia entre un pulmón invadido por alquitrán y otro que respira libre de combustión?
El estudio publicado en JAMA Network Open es una pieza más en el rompecabezas del debate, pero no una sentencia definitiva. Como cualquier investigación, está limitado por sus propios métodos, por lo que eligió medir y por lo que decidió ignorar.
Lo que sabemos hasta ahora es que el vapeo no es una solución mágica, que no garantiza la cesación en todos los casos, que hay usuarios que siguen dependiendo de la nicotina. Pero también sabemos que no todos los cigarrillos electrónicos son iguales, que la reducción del consumo de tabaco es una victoria parcial que no puede ser descartada, que la nicotina no es sinónimo de enfermedad.
En última instancia, la pregunta no es si el vapeo ayuda o no a dejar de fumar, sino cómo decidimos medir su éxito, si estamos midiendo lo correcto.
Si la ciencia se convierte en herramienta de una ideología, si la salud pública se deja guiar por la pulsión prohibicionista en lugar de por la evidencia, entonces las consecuencias no serán abstractas. Se reflejarán en cuerpos concretos, en pulmones reales, en vidas que podrían haber sido salvadas y no lo fueron.
Este artículo es una publicación original. Si encuentra algún error, inconsistencia o tiene información que pueda complementar el texto, comuníquese utilizando el formulario de contacto o por correo electrónico a redaccion@thevapingtoday.com.