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La OMS agoniza

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El tema del tabaquismo es un ejemplo de por qué la Organización Mundial de la Salud agoniza bajo las críticas, el desprestigio creciente y la fragilidad política, sometida a las influencias del capital, la contaminación corporativa y a la insubordinación frente al concepto de salud que ella misma ha ayudado a promover. 

En 1946, cuando se creó la Organización Mundial de la Salud (OMS), se presentó al mundo un “novedoso” concepto de salud como «un estado de completo bienestar físico, mental y social” y no solo como la ausencia de afecciones y enfermedades. Luego esta definición se complementaría poéticamente diciendo que «el disfrute del grado máximo de salud alcanzable es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano, sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social”. 

Ocho meses después del inicio de su vigencia en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas presentó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que ampliaba todavía más la noción de salud al dictar que todas las personas tenían derecho a un nivel de vida que les permitiera garantizar a ellas mismas y a sus familias la salud y el bienestar necesarios para su dignidad y supervivencia. Sin duda, son unas bellas palabras.

Algunos años después, en 1966, la ONU avanzaría con el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que garantiza el derecho a la salud como un derecho humano entre los derechos sociales. Ese diligente Pacto instaba a los Estados Miembros a reconocer, asegurar y tomar medidas efectivas para garantizar el absoluto ejercicio de ese derecho. 

El derecho a la salud como derecho humano fue entonces reconocido por diversos instrumentos en todos los continentes: en la Carta Social Europea de 1961; en la Convención Americana de Derechos Humanos de 1969; en la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos de 1981. 

La Conferencia Internacional de Atención Primaria a la Salud de la OMS de 1978 –también conocida por reafirmar los conceptos trabajados desde la década de 1940– expandió la corresponsabilidad social frente a las metas propuestas diciendo que “la salud es un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no meramente la ausencia de enfermedades y dolencias; es un derecho humano fundamental y su realización en el más alto nivel posible es el objetivo universal más importante cuyo logro requiere acciones de otros sectores sociales y económicos, además del sector salud”. 

En el año 2000, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales reiteró la necesidad de trabajar conjuntamente para alcanzar logros sustanciales y, en consecuencia, recomendó la participación de las personas en “todo el proceso de toma de decisiones sobre cuestiones relacionadas con la salud a nivel comunitario, nacional e internacional”. Con ello señala que son necesarios esfuerzos individuales y colectivos para alcanzar el derecho al más alto nivel de salud posible. El objetivo universal plantea casi imperativamente la necesidad de una sinergia de varios sujetos, sectores sociales y económicos.

Un modelo autocrático, negacionista y corporativista 

Por otro lado, en la misma dimensión política pero en la vida real, menos de cinco años después el artículo 5.3 del Convenio Marco para el Control del Tabaco (CMCT), el principal instrumento de combate al tabaquismo de la Organización Mundial de la Salud recomendó expresamente que las Partes no mantengan ningún tipo de relación con la “Industria Tabacalera”. Puede parecer razonable en un principio, aunque ignorando que la misma Industria busca moldearse a nuevos mercados y nuevas tecnologías que se han ido imponiendo (como el vapeo). Pero en realidad, el mayor problema es que en la práctica “Industria Tabacalera” debe leerse como cualquier sujeto, sector social o económico que la Secretaría del Convenio Marco decida, según su antojo, etiquetar como tal. 

Con una lectura y un entendimiento bastante curioso de ese artículo, la Secretaría del CMCT incluye indiscriminadamente en la categoría de “Industria Tabacalera” a otras partes interesadas, incluidos sectores sociales y económicos que pertenecen a la industria del vapeo, que rivaliza económicamente con la defenestrada industria tabacalera, así como a las entidades civiles que representan a consumidores de nicotina organizados (personas que usan nicotina). 

Desde la perspectiva de un ciudadano de a pie, la actitud altiva y desdeñosa de la Secretaría del CMCT es antagónica a todos los instrumentos jurídicos internacionales que apuntamos anteriormente. De hecho, la industria corresponsable por el histórico problema del tabaquismo en el mundo puede ser corresponsable por optimizar y acelerar la solución a partir de los nuevos productos para el consumo de nicotina. 

Sin embargo, después de 20 años el Convenio Marco y el control del tabaco en general parecen estar en la comodidad de su punto muerto, ideologizado, en una burbuja social llena de fantasías y con resultados prácticos que llevan a una inevitable inflexión. 

El hecho incontestable es que la OMS celebra la disminución de 2 millones de fumadores en un periodo de cinco años al mismo tiempo que la cantidad de fumadores en el mundo es la misma que hace 20 años: 1.100 millones de personas. En el mismo periodo de tiempo, más de 40 millones de personas han fallecido por causas relacionadas con el tabaquismo.

Y, como si lo anterior fuera poco, todo esto ocurre mientras por primera vez en la historia se obtiene la marca de aproximadamente 100 millones de exfumadores en poco más de una década, sin campañas masivas, sin involucrar a la industria farmacéutica, con una participación gubernamental casi nula, con una porción valiente e irregular de la comunidad científica, en un movimiento de origen orgánico protagonizado por la acción ciudadana, por los mismos (ex)fumadores que han impulsionado los productos de reducción de daños. 

Dominio neoliberal: salvar el lucro, no las vidas

En todos los sentidos que exponemos hasta ahora, las políticas de salud tienen dos puntos de partida posibles: basarse en la ciencia justificada por la evidencia versus la ciencia justificada en la autoridad y el poderío económico. El control del tabaco anticuado, pusilánime, ideologizado y corporativo que controla la OMS hoy en día parece no molestarse con sus propias telarañas, sus incongruencias, y no se sonroja por sus inconsistencias legales o por utilizar una y otra vez tácticas anacrónicas. 

La evolución del concepto de salud plasmado en los instrumentos jurídicos internacionales ha sido vergonzosamente ignorada por la propia OMS en el tema del tabaquismo. Todos los artilugios discursivos que presentan cada año en el Día Mundial Sin Tabaco, por ejemplo, los basan en falacias con la intención de provocar el pánico social y con la ayuda de argumentos arbitrarios, manipulados y reduccionistas. De hecho, no pocas veces estos discursos parecen estar motivados por la ingenuidad ideológica, pero ocultando otros intereses. 

Por la absoluta falta de transparencia y diálogo promovido por la Secretaría del CMCT de la OMS, es por lo menos legítimo preguntarse a qué intereses se deben. ¿La demonización y los mitos que intentan poblar el sentido común acerca de los productos de reducción de daños en el ámbito del tabaquismo se relacionan con la defensa del mercado de los productos medicinales y terapéuticos de las Big Pharma? ¿Esta posición se debe a un intento de mantener la modalidad curativa sobre la prevención de las enfermedades no transmisibles, como el cáncer de pulmón, la diabetes y otras afecciones resultantes del tabaquismo a largo plazo? El tema demuestra toda su relevancia hasta en el nivel de la especulación. Es claro que son urgentes la reflexión y una mirada crítica. Al final, ¿la historia no está plagada de procedimientos imprudentes por parte de la industria farmacéutica (y alimentaria) en busca de más ganancias?

En el ambiente negacionista del control del tabaco actual, la afirmación de Hipócrates de que «la ciencia es padre del conocimiento, pero la opinión genera ignorancia» convive con la infame frase de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler, según la cual «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Al final, ¿no es cierto que muchas de las verdades del control del tabaco se basan en la contradicción a la realidad empírica, en estudios fragmentados, en hipótesis triviales, sesgadas o mezquinas, o en metodologías dibujadas con datos engañosos e informaciones chapuceras, injustificables y, en general, inexactas?

El hecho es que la agencia de las Naciones Unidas encargada de la salud mundial viene ganando en desprestigio y perdiendo credibilidad. A muchos sectores y gobiernos les puede interesar una organización debilitada y dependiente, secuestrada económica y políticamente por los intereses de los países más industrializados, por el sector privado no colaborativo y por filántropos multibillonarios cínicamente humanitarios que le quitan el carácter público, plurilateral y soberano que caracterizó a su fundación.

En su 76 años, debemos preguntarnos qué Organización Mundial de la Salud queremos y necesitamos. ¿Una apuesta por la transparencia activa, el multilateralismo radical y la sinergia no sería un principio terapéutico para una entidad que se encuentra enferma?


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Claudio Teixeira
Claudio Teixeirahttps://c3press.com/
Claudio Teixeira es periodista, director de la Agencia C3PRESS y editor de The Vaping Today. Vive en Brasil.

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