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El humo, no la nicotina: el error fatal de las políticas antitabaco

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Demonizar la nicotina ha sido una estrategia eficaz pero científicamente errada en la lucha contra el tabaquismo por varios años. En su cruzada contra el humo, las autoridades sanitarias han confundido causa con símbolo, riesgo con sustancia. El Dr. Brad Rodu, médico y referente mundial en reducción de daños por tabaco, lleva más de veinte años intentando corregir esa narrativa. Su trabajo, incómodo para las ortodoxias, desmonta mito por mito, recordándonos que la ciencia no siempre está del lado de quienes hablan más fuerte.

Durante medio siglo, la imagen del daño fue clara: un cigarrillo encendido, una voluta de humo que se eleva, unos pulmones ennegrecidos en una lámina médica. Aprendimos a temerlo. A enseñar ese temor. Y con razón. Fumar sigue siendo una de las principales causas prevenibles de enfermedad y muerte en todo el mundo.

Pero algo se perdió en algún punto de esa guerra justa —en los eslóganes, los carteles, las políticas—. El matiz. La capacidad de distinguir entre lo que mata y lo que no. Entre lo que arde y lo que une. Entre el humo y la molécula que transporta: la nicotina.

La nicotina nunca fue el fuego, pero la convertimos en llama.

El hereje improbable

Desde un silencioso despacho en la Universidad de Louisville, en el estado de Kentucky —el corazón histórico del tabaco en Estados Unidos—, un médico lleva dos décadas intentando corregir un error que la mayoría del mundo se niega a ver.

El doctor Brad Rodu no es un radical. Es catedrático de medicina, ocupa una cátedra financiada en investigación sobre reducción de daños del tabaco y es miembro del James Graham Brown Cancer Center. Pero lo que afirma perturba a la ortodoxia.

“Confundir todo uso de nicotina o tabaco con fumar no es solo un error científico”, me dice. “Es un error ético”.

Esa confusión —entre combustión y sustancia, entre comportamiento y compuesto químico— sigue moldeando las políticas de salud pública. “Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) cuentan con precisión cuántas vidas se pierden por el tabaco. Pero se niegan a separar las muertes causadas por cigarrillos combustibles de aquellas relacionadas con productos sin combustión”.

No es un simple descuido. Es una forma de silencio institucional. Una negativa a reconocer que no todo uso de tabaco es igual. Que no toda nicotina es mortal. No todo tabaco mata. No toda nicotina daña. El verdadero peligro es el fuego.

Los datos que elegimos ignorar

Un estudio de gran escala, financiado con fondos federales, concluyó que el tabaco sin humo tradicional —el que se mastica o se “chupa”— conlleva un riesgo mínimo de cánceres de cabeza y cuello. 

Las investigaciones de Rodu, basadas en datos retrospectivos de encuestas nacionales, fueron aún más lejos: los hombres estadounidenses que usaban estos productos pero no fumaban no presentaban un exceso de mortalidad por enfermedades habitualmente asociadas al tabaquismo.

En otras palabras: no todo tabaco mata. No toda nicotina daña. El verdadero peligro es la combustión. Y aun así, el mito del daño universal persiste.

La sustancia que decidimos odiar

No hay lugar donde esta confusión sea más evidente que en el caso de los cigarrillos electrónicos. Durante años, el discurso público ha difuminado la línea entre vapear y fumar, como si todas las formas de inhalar nicotina fueran igualmente mortales. Pero la ciencia cuenta otra historia.

La mayoría de los vapeadores son fumadores actuales o antiguos, lo que complica el análisis de datos sobre mortalidad. Pero un hecho es indiscutible: los cigarrillos electrónicos no queman. No producen alquitrán, monóxido de carbono, ni el coctel tóxico derivado de la combustión del tabaco convencional.

“Equiparar el vapeo con fumar no solo es incorrecto”, afirma Rodu. “Es institucionalizar la desinformación”.

Suecia ofrece un contraste revelador. Allí se ha usado durante décadas una forma de tabaco oral pasteurizado llamada snus, en lugar de cigarrillos. Como resultado, Suecia tiene hoy las tasas más bajas de enfermedades relacionadas con el tabaco en Europa. 

La Agencia de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA), reconociendo datos similares, ha aprobado la venta de dispositivos de tabaco calentado, cigarrillos electrónicos y bolsas de nicotina como “apropiados para la protección de la salud pública”. Y aun así, el estigma permanece.

El pánico a la nicotina

Tal vez el mito más persistente sea el que sostiene que la nicotina —por sí sola— provoca cáncer, enfermedades cardíacas o EPOC. Más del 80 % de los médicos estadounidenses aún lo creen. Rodu lo llama “folklore médico”, una creencia transmitida sin cuestionamiento, reforzada por la política, no por la evidencia.

“No hay evidencia creíble de que la nicotina, por sí sola, cause estas enfermedades”, insiste. “El daño proviene del humo. De la combustión. La nicotina puede ser adictiva, sí, pero no es letal”.

Cuando se presentan estos datos, muchos responsables se refugian en la cautela: “No sabemos lo suficiente”. Pero, según Rodu, la base de datos MEDLINE incluye más de 28.000 estudios científicos sobre la nicotina. El problema no es la ignorancia, afirma, sino el miedo institucional.

“Seguimos diciendo que no sabemos lo suficiente sobre la nicotina”, me dice. “Pero la verdad es que sí lo sabemos. Lo que falta es el valor para admitirlo”.

Niños, cerebros y la seducción de la certeza

Pocos temores son más poderosos políticamente que el miedo por nuestros hijos, sobrinos, nietos, etc. Los CDC advierten que la nicotina puede “dañar el desarrollo cerebral hasta los 25 años”. Esa afirmación se repite con tanta frecuencia que se ha convertido en dogma. Pero se basa principalmente en estudios con animales, no en evidencia epidemiológica humana.

Hasta la fecha, no se ha identificado ningún déficit cognitivo medible entre los millones de estadounidenses que comenzaron a fumar en la adolescencia ni entre los usuarios de snus en Suecia.

La cautela es razonable. El miedo, cuando se convierte en arma, también daña.

La puerta que fingimos que es un muro

Otro relato basado en el miedo es la llamada teoría de la puerta de entrada, que sostiene que vapear lleva inevitablemente al consumo de cigarrillos en adolescentes. Pero un estudio reciente del equipo de Rodu muestra lo contrario: a medida que aumentó el vapeo entre los jóvenes, las tasas de tabaquismo juvenil descendieron drásticamente.

“Si hay una puerta”, dice Rodu, “se abre en ambos sentidos. Para muchos jóvenes, vapear ha sido una salida del tabaco, no una entrada”.

La adicción no es una condena

De todos los mitos, quizás ninguno sea tan silenciosamente dañino como este: la adicción a la nicotina es para siempre. El Dr. Brian King, actual director del Centro para Productos de Tabaco de la FDA, ha declarado que el consumo adolescente de nicotina conduce a una “adicción de por vida”.

Pero los datos no lo respaldan. Más de 56 millones de estadounidenses han dejado de fumar. La adicción existe, sí. Pero la permanencia es un mito. Lo que puede resultar irreversible, según Rodu, no es la dependencia química, sino el daño causado por la desinformación.

Abstinencia o nada: la elección cruel

A los casi 30 millones de estadounidenses que aún fuman, las recomendaciones oficiales les ofrecen terapias aprobadas por la FDA: parches, chicles, comprimidos. Pero estas opciones —a pesar de décadas de promoción— tienen una tasa de éxito del 7 %.

Mientras tanto, a muchos se les niega el acceso a alternativas más seguras, más satisfactorias y que no exigen abstinencia total. Esa negativa no es neutral.

“Ofrecer opciones ineficaces mientras se prohíben las efectivas es una forma de crueldad institucional”, dice Rodu.

Un llamado a la inacción

Mientras el liderazgo cambia en Washington y las prioridades regulatorias se reorganizan en la FDA y los CDC, aumentan las especulaciones sobre el futuro del control del tabaco. Pero para Rodu, el acto más radical puede ser el más simple: parar. Tomar distancia. Dejar que hable la evidencia. “Acabar con los mitos no requiere más acción gubernamental”, dice.

“Si acaso, requiere inacción —dejar que la gente y los médicos puedan educarse por sí mismos”. A veces, el verdadero peligro no es químico. Es narrativo. No está en la sustancia, sino en la mentira que contamos sobre ella.


Este artículo es una publicación original. Si encuentra algún error, inconsistencia o tiene información que pueda complementar el texto, comuníquese utilizando el formulario de contacto o por correo electrónico a redaccion@thevapingtoday.com.

REDACCION VT
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