La cuerda y el humo

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Cada año, en América Latina, trenzamos una cuerda invisible con nuestros muertos. 

Sabemos cómo detenerla, sabemos qué salvar y aun así elegimos mirar hacia otro lado. 

Mientras millones permanecen atrapados entre el humo y la indiferencia, la verdadera pregunta no es tecnológica ni reposa en las manos sedientas del mercado: ¿tendremos el coraje de dejar de condenar generaciones enteras a morir por costumbre?

Imagina una cuerda blanca, desplegada como un suspiro tenso desde la explanada de la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, atravesando el viento espeso y cálido del Zócalo, en Ciudad de México y serpenteando —como un río de luto— entre los rascacielos de la Avenida Paulista, en São Paulo. Una cuerda de casi tres kilómetros de longitud, donde cada milímetro condensa una vida extinguida en Brasil, México y Argentina durante el último año: un tejido frágil de ausencias que ni el viento consigue deshilachar.

Caminar a su lado sería como transitar un cementerio sin tumbas, un territorio de ausencias meticulosamente cartografiado.

Cada tramo delimitado con una precisión casi quirúrgica: las enfermedades cardíacas en un rojo vivo, los cánceres en un gris ceniciento, los accidentes de tráfico en un amarillo quebradizo. Más adelante, el segmento más vasto, teñido de un negro denso y absoluto, marcaría las muertes provocadas por el tabaco: 271.695 vidas reducidas a apenas unos metros de fibra desgarrada. Cada paso convocaría una ausencia: pulmones colapsados, arterias endurecidas, corazones exhaustos tras años de inhalar humo, como quien respira ceniza hasta disolverse en el aire.

Y, sin embargo, más allá de esa marea oscura, podría tenderse otra cuerda: breve, casi tímida, como un hilo de esperanza trazado a distancia. Inspirada en un modelo lejano —el modelo sueco—, esa cuerda contaría otra historia. 

En Suecia, donde el humo del tabaco ha sido en gran parte reemplazado por formas de nicotina sin combustión, las muertes relacionadas con el tabaco son hoy las más bajas de Europa.

Cada año, en Argentina, mueren aproximadamente 45.000 personas por enfermedades relacionadas con el tabaquismo.

En México, 65.000.

En Brasil, 161.695.

Si Brasil, México y Argentina adoptaran ese enfoque, más de 270.000 vidas podrían salvarse cada año.

Imagina entonces una fila interminable de 270.000 cuerpos, alineados cómodamente, hombro con hombro, extendiéndose como un río humano detenido en el tiempo a lo largo de 135 kilómetros —unas 84 millas.

Una distancia que podría trazar la ruta entre Ciudad de Buenos Aires y Mar del Plata, en Argentina; entre Nueva York y Filadelfia, en Estados Unidos; entre Madrid y Toledo, en España; o entre Londres y Cambridge, en el Reino Unido.

Una procesión muda que atraviesa campos, ciudades y autopistas, llevando en su quietud la memoria de un latido que ya no existe.

Porque no se trata de una batalla entre permitir o prohibir productos: es una contienda entre la vida y la muerte, entre el tiempo que aún nos pertenece y el tiempo que, irremediablemente, se desliza entre los dedos. Entre seguir caminando en la fila de los vivos o quedar, para siempre, detenido en la fila de los que ya no regresarán.

La cuerda sueca: una lección de riesgo

Esta analogía visual no es nueva. Fue concebida por Thomas Ericsson, científico sueco y pionero en estrategias de reducción de daños asociados al tabaco. En un reportaje de Carrie Battan en The New Yorker —titulado “Lip Service”, en su edición impresa del 17 de marzo de 2024—, Ericsson desplegó su metáfora: una cuerda de apenas 95 metros, donde cada milímetro encarnaba una vida perdida en Suecia en un año.

En esa cuerda, las marcas dibujan una cartografía de riesgos. 

Fumar ocupa uno de los segmentos más largos, como una herida abierta que se resiste a cerrar. El alcohol, apenas más corto, lo sigue de cerca. Suicidios, accidentes de tráfico, ahogamientos: señales cada vez más diminutas, como ecos que se desvanecen. Hasta llegar a los extremos casi invisibles, donde reposan las muertes provocadas por picaduras de avispas o por el consumo de nicotina sin combustión.

Su mensaje era contundente: el miedo desproporcionado a la nicotina —cuando no interviene la combustión— contrasta brutalmente con su riesgo real, que es casi inexistente.

La magnitud del daño es brutalmente evidente

Si intentáramos replicar el modelo de Ericsson en América Latina, no bastarían metros de cuerda: necesitaríamos kilómetros.

En Brasil, según los datos de DATASUS, la soga se extendería a lo largo de aproximadamente 1,5 kilómetros: de ellos, 400 metros corresponderían a enfermedades cardiovasculares, 230 metros al cáncer y 161 metros a muertes asociadas al tabaquismo. En contraste, el riesgo atribuido a la nicotina sin combustión apenas ocuparía 4 centímetros —lo que representa aproximadamente el 0,0027 % del total de muertes.

En México, la cuerda alcanzaría los 848 metros: de ellos, 200 metros representarían enfermedades cardíacas y 91,6 metros, cáncer. El tabaquismo ocuparía 76 metros, mientras que la nicotina sin combustión apenas rozaría los 2 centímetros —alrededor del 0,0024 % del total de muertes—.

En Argentina, los 321,4 metros de cuerda se dividirían en 99,5 metros de enfermedades cardíacas, 48 metros de cáncer y 45 metros asociados al tabaquismo. La huella de la nicotina sin combustión no alcanzaría siquiera 1 centímetro: una mota invisible frente a la vastedad del daño evitable.

Más que cifras: historias humanas

Tras cada metro de cuerda, late un nombre que ya no responde, una familia desgarrada, un vacío que se resiste a cerrarse.

Escuchar a los pacientes marcados por el tabaquismo en los hospitales de Buenos Aires, São Paulo o Ciudad de México es asomarse a un mosaico de pérdidas: pulmones rendidos, rostros en los que el tiempo ha tallado arrugas prematuras, promesas rotas flotando en habitaciones saturadas de silencio. Cada historia arrastra el eco de un adiós que, cuando quiso ser pronunciado, llegó demasiado tarde.

En contraste, en Suecia, la estrategia de sustituir el cigarrillo por el snus y otros productos de nicotina sin combustión ha reducido de forma drástica las tasas de enfermedades pulmonares y de cánceres vinculados al tabaco. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, Suecia registra hoy la tasa de mortalidad atribuible al tabaco más baja de Europa.

Este enfoque, conocido como reducción de daños, desafía la vieja lógica de la prohibición: no exige una renuncia absoluta, sino que propone un tránsito más humano, ofreciendo alternativas que reducen de forma drástica el daño sin condenar el deseo.

Thomas Ericsson: el arquitecto de un cambio silencioso

Thomas Ericsson no es solo un innovador. Es un humanista práctico. Formado en el crisol de la farmacéutica LEO Pharma, fue uno de los pioneros que, en los años ochenta, ayudaron a moldear el chicle de nicotina Nicorette, un intento temprano de domesticar la adicción sin aniquilar al adicto. Años más tarde, junto a su colega Per-Gunnar Nilsson y su hijo Robert, perfeccionaría el snus blanco: una reinvención limpia de un hábito ancestral, diseñada para salvar vidas sin exigir la perfección imposible.

Su filosofía podría resumirse en una premisa sencilla pero profunda: no buscaba vender medicamentos, sino ofrecer algo que las personas eligieran libremente, algo que no las hiciera sentirse enfermas.

Tras sufrir un infarto en 2022, Ericsson se transformó en su propio experimento viviente: evita las fuentes de contaminación, toma aspirina a diario y utiliza, con extrema moderación, su propio producto de nicotina sin combustión.

En su analogía gráfica, Ericsson no minimiza el riesgo: lo enmarca en su justa dimensión. Explica que morir por el uso de snus sería tan improbable como fallecer por la picadura de una avispa. Fumar, en cambio, acarrea —para millones— una sentencia casi asegurada.

Obstáculos y oportunidades en América Latina

¿Por qué, entonces, Brasil, México o Argentina no han seguido este camino? ¿Qué fuerzas —visibles e invisibles— frenan la adopción de estrategias que podrían salvar decenas de miles de vidas cada año?

La respuesta se enreda en una maraña densa y pegajosa: prejuicios sociales que se propagan como esporas, desinformación mediática que nubla el juicio, presiones de grupos antitabaco tradicionalistas que petrifican los debates y barreras regulatorias blindadas por intereses corporativos.

En este terreno envenenado, toda forma de nicotina es demonizada, sin que se trace la línea vital entre el humo y su ausencia.

Mientras tanto, la posibilidad de salvar decenas de miles de vidas cada año se desperdicia en silencio, atrapada entre la indiferencia institucional y el peso de prejuicios que nadie se atreve a desmontar.

Un cambio de estrategia, inspirado en el modelo sueco, podría salvar una ciudad entera cada año: una Rosario, una Cancún, una Porto Alegre rescatadas del olvido.

No se trata de una cuestión de mercado; es, en esencia, una cuestión de humanidad.

El destino de la cuerda

Al final, la imagen persiste: la cuerda puede seguir creciendo, enroscándose día tras día en nuevos milímetros de tragedia evitable.

O puede, en cambio, comenzar a acortarse —imperceptiblemente al principio—, salvando una vida aquí, otra allá, hasta torcer, poco a poco, el destino de generaciones enteras.

La decisión no es técnica, ni ideológica. Es profundamente humana.

No estamos discutiendo un simple producto. Estamos decidiendo qué tiempo queremos habitar, qué vidas nos atrevemos a preservar, qué futuro nos atrevemos a sembrar.


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Claudio Teixeira
Claudio Teixeirahttps://c3press.com/
Claudio Teixeira es periodista, director de la Agencia C3PRESS y editor de The Vaping Today. Vive en Brasil.

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