Mientras Estados Unidos eleva sus barreras arancelarias contra productos chinos, la industria del cigarrillo electrónico —anclada en fábricas de Shenzhen y rutas que cruzan continentes— opera entre dos extremos: el cumplimiento estricto de normativas cada vez más costosas o la navegación ambigua en un canal gris, donde la legalidad se difumina en etiquetas, algoritmos y códigos aduaneros.
Bajo el resplandor frío de las lámparas fluorescentes en una oficina del distrito de Bao’an, en el sur de China, un veterano del sector logístico —identificado como “L”— contempla cómo cada kilogramo de mercancía que parte rumbo a Estados Unidos adquiere un peso que excede lo físico: se convierte en símbolo y estrategia. No es solo nicotina lo que transportan, es el pulso de una industria atrapada entre la regulación, la evasión y las tensiones de un tablero geopolítico cada vez más incierto.
El 9 de abril, el gobierno de Estados Unidos materializó un nuevo aumento arancelario sobre productos importados desde China, en el marco de una política comercial que no solo pretende frenar la influencia económica del gigante asiático, sino también redefinir —a golpe de impuesto— las reglas del juego global.
La medida golpea de lleno a la industria del cigarrillo electrónico, un sector ya tensionado por disputas regulatorias, intereses cruzados y un mercado global en constante mutación.
Según un reportaje exclusivo del medio especializado 2Firsts, centrado en la cadena global del sector del vapeo, el ajuste arancelario ha provocado una escalada inmediata en los costos logísticos, con especial incidencia en las rutas transfronterizas hacia Norteamérica, arterias comerciales que ahora laten con el pulso alterado de una nueva presión fiscal.
Un aumento leve pero revelador
Las cifras proporcionadas por L permiten tomar el pulso al impacto inmediato: el transporte marítimo, columna vertebral del comercio a gran escala, pasó de 19 a 21 RMB por kilo (de 2,66 a 2,94 dólares); el aéreo, de 55 a 57 RMB (de 7,70 a 7,98 dólares). El incremento neto ronda los 2 RMB por kilo, un efecto parcialmente atenuado por la caída estacional de los precios en los tramos iniciales del transporte internacional.
“La industria del cigarrillo electrónico no es tan sensible a estas fluctuaciones como otros sectores”, explicó L en la entrevista con 2Firsts. “En productos de alto valor por unidad, como los vaporizadores, una subida de 2 RMB por kilo entra dentro del rango aceptable”.
Pero la aparente estabilidad del mercado no debe confundirse con inmovilidad. Bajo esa quietud superficial, laten fuerzas contradictorias que podrían reconfigurar el equilibrio del sector.
Tras bastidores, la industria libra una batalla menos visible, pero acaso más decisiva: elegir entre el canal de importación legal —trazado con sobrecostes y minas regulatorias— o el canal gris, ese corredor de ambigüedad aduanera que permite el ingreso de mercancías bajo etiquetas elusivas como “accesorios de atomizadores”, con tarifas hasta un 10% inferiores al arancel regular, que puede superar el 27%.
Como detalló 2Firsts, esta bifurcación de rutas ha fragmentado la industria en dos frentes irreconciliables: por un lado, las empresas que optan por los canales “grises” para esquivar aranceles, por otro lado, aquellas que intentan cumplir con rigor las normativas estadounidenses y que, al asumir las tarifas completas, ven encarecidos sus productos hasta en un 80% respecto a su valor original.
Aunque todavía no se registran sanciones retroactivas a gran escala en el canal gris, los operadores saben que el margen de maniobra se reduce cada día. Basta un aumento en los controles aduaneros de EE.UU. o una embestida de los gigantes del tabaco —decididos a blindar su cuota de mercado— para que el esquema entero tambalee.
“El modelo gris no es sostenible a largo plazo”, advirtió L, dejando entrever una mezcla de certeza y resignación. “Si la aduana intensifica las inspecciones, las empresas logísticas podrían enfrentarse a facturas fiscales que superen sus propios ingresos por envío. En ese escenario, muchas preferirán abandonar los cargamentos, provocando pérdidas económicas y choques inevitables con los clientes”.
La tormenta no ha estallado… todavía
El leve aumento actual podría ser apenas el preludio de una sacudida mayor. Entre el 10 y el 14 de abril, los actores del mercado anticiparon una segunda oleada de ajustes, esta vez basados en la facturación real. Y a medida que se acercan eventos de alta demanda —como el Prime Day de Amazon en mayo y la temporada navideña en septiembre—, las tarifas aéreas podrían rebasar los 70 RMB por kilo, lo que implicaría un alza superior al 20%. El cielo, por ahora, permanece encapotado. Pero carga electricidad.
Las empresas más ágiles ya se están moviendo. “Si los productos están listos, lo mejor es enviarlos antes de mediados de abril”, recomendó L. La advertencia no es una figura retórica: en una industria donde el tiempo vale tanto como el margen, anticiparse no es solo una ventaja, a menudo es la única forma de no quedar fuera del juego.
Más allá del comercio: una cadena de suministro llevada al límite
A simple vista, el impacto puede parecer técnico. Pero bajo la superficie, las ondas alcanzan fibras más hondas del comercio internacional. ¿Cómo se regula una industria transnacional en medio de una guerra comercial sin cuartel? ¿Qué incentivo queda para operar dentro de la ley si el precio de la legalidad es la expulsión silenciosa del mercado?
Las compañías de cigarrillos electrónicos apuestan por una cadena de suministro maleable, que equilibre transporte aéreo y marítimo, mientras vigilan —casi en tiempo real— los códigos aduaneros de EE.UU., tan cambiantes como imprevisibles. Las más cautelosas diversifican sus rutas y reformulan sus categorías arancelarias, buscando reducir al mínimo su exposición sin renunciar por completo a la legalidad.
Este episodio es apenas una arista del rediseño global de la economía de la nicotina.
Lo que se decide en un despacho de aduanas o en los pliegues de un algoritmo logístico no afecta solo a los productores de Shenzhen o a los minoristas de Nueva York. Atraviesa también a los consumidores —último eslabón y, al mismo tiempo, engranaje esencial del sistema—, impacta en los sistemas de salud pública y reconfigura el delicado equilibrio de poder entre los viejos monopolios y las nuevas marcas digitales, que operan en una zona brumosa donde lo legal y lo funcional apenas se distinguen.
Pero se sabe que la esencia del poder es su invisibilidad. No siempre se posee ni se ejerce de forma explícita; a menudo se disuelve en prácticas cotidianas, se incrusta en instituciones, se esconde en el lenguaje. En el caso de los cigarrillos electrónicos, esa invisibilidad se materializa en lo ínfimo: una etiqueta en la caja, un código aduanero, un valor declarado. Y también en una decisión cada vez más insoportable para quienes mueven mercancía entre fronteras: pagar el precio completo de la legalidad o seguir cruzando, una vez más, la línea difusa del canal gris.
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