Tres días en Varsovia en el GFN25, donde la ciencia sobre la nicotina enfrentó a sus fantasmas y la desinformación fue llamada por su nombre. Para seguir el hilo completo, empieza por la Parte 1 y continúa con la Parte 2.
Era inevitable. En algún momento, la corriente subterránea de crítica que había atravesado muchas sesiones anteriores del GFN 2025 iba a salir a la superficie con toda su fuerza. Ese momento llegó durante el panel liderado por Clive Bates, que reunió a figuras como Riccardo Polosa, Roberto Sussman, Summer Hanna y otras voces del público. El título era directo: “Evaluando la ciencia de la OMS sobre la reducción de daños.” Pero lo que se desplegó fue más que una evaluación: fue una llamada a la rendición de cuentas institucional.
Clive Bates —exdirector de ASH (Action on Smoking and Health) en el Reino Unido y uno de los estrategas más respetados en política de salud pública— abrió la discusión con la claridad incómoda de quien trabajó dentro del sistema… y eligió salir.
“Lo que la OMS practica hoy no es precaución —es obstinación.” Según Bates, la organización se ha negado sistemáticamente a comprometerse con evidencias sólidas sobre los beneficios de los productos de riesgo reducido, optando por narrativas cerradas centradas en la abstinencia total, incluso cuando esa postura contradice sus propios datos epidemiológicos globales.
El médico e investigador italiano Riccardo Polosa fue aún más tajante:
“Lo que la OMS está haciendo con la ciencia es negligencia clínica. En mi opinión, tiene un único objetivo: fabricar su propia ciencia para sostener la narrativa y el paradigma de solo abstinencia. Pero esto tiene consecuencias terribles para millones de fumadores que, de otro modo, cambiarían a productos mucho menos dañinos.” Polosa denunció lo que calificó como una “omisión táctica” por parte de la organización —citando estudios de forma selectiva, excluyendo evidencia positiva sobre vapes y snus, y repitiendo afirmaciones genéricas como “inseguros” o “ineficaces” sin datos comparativos concretos.
El físico y profesor mexicano Roberto Sussman reforzó la crítica con un argumento tan audaz como demoledor:
“La OMS dice luchar contra Big Tobacco, pero guarda silencio sobre la mayor tabacalera del mundo: la empresa estatal china. Ese es el verdadero Big Tobacco.” Para Sussman, la “narrativa de guerra” impuesta por el Artículo 5.3 del CMCT —que postula un conflicto irreconciliable entre salud pública y cualquier producto vinculado a la industria— se ha convertido en un dogma paralizante. Uno que bloquea el progreso científico y tecnológico en nombre de una pureza moral fabricada.
Desde una perspectiva interna del sector, Summer Hanna recordó que cuando se redactó inicialmente el Convenio Marco para el Control del Tabaco (CMCT), la Organización Mundial de la Salud ya preveía el papel que la innovación tecnológica podría jugar en transformar la vida de los fumadores. La reducción de daños, señaló, fue concebida como el tercer pilar del control global del tabaco —junto con la prevención y la cesación— y esa visión está incorporada en el propio lenguaje del tratado. Sin embargo, en las últimas dos décadas, observó que ese espíritu de apertura científica y curiosidad se ha ido erosionando.
Hanna también criticó el uso engañoso de las clasificaciones de la IARC, que evalúan el peligro (la capacidad intrínseca de una sustancia para causar daño), pero no el riesgo tal como se manifiesta en condiciones reales de uso. Aplicada sin criterio, esta lógica —advirtió— podría llevarnos a considerar que actividades cotidianas como comer carne a la parrilla, usar champú o tomar el sol suponen peligros inaceptables. Esa confusión, afirmó, distorsiona el discurso sanitario y debilita la toma de decisiones basada en evidencias.
La audiencia —formada por investigadores, profesionales de la salud y consumidores— respondió con silencios pesados y aplausos contenidos. Había menos indignación que agotamiento. Porque la discusión ya no era solo sobre la ineficacia de las políticas de la OMS, sino sobre el coste humano de su rigidez ideológica.
El panel concluyó con un llamado colectivo: reformar la ciencia institucional, abrir espacios de diálogo con consumidores y científicos independientes, y asumir una verdad tan incómoda como urgente:
La nicotina no es el enemigo. El enemigo es la combustión.
Una mesa, mundos adyacentes
Tras la crítica abrasadora a la postura de la Organización Mundial de la Salud sobre la reducción de daños por tabaco, la conversación en el GFN25 no viró hacia la resignación, sino hacia la reconstrucción. Si el problema había sido expuesto con una claridad brutal, el desafío ahora no era solo entender sus raíces, sino imaginar salidas viables. El tono, aún crítico, comenzó a virar hacia lo constructivo.
El primer paso fue nombrar el problema. Los participantes volvieron sobre las debilidades metodológicas que han marcado las revisiones científicas realizadas bajo el paraguas del CMCT: la selección sesgada de fuentes, omisiones estratégicas y distorsión deliberada de la evidencia para sostener una narrativa centrada exclusivamente en la abstinencia —incluso cuando los datos señalan alternativas viables y menos perjudiciales. Algunos argumentaron que este enfoque roza la negligencia intencional.
Pero ¿por qué persiste? Según muchos panelistas, la respuesta está en una combinación tóxica de inercia institucional, conveniencia política y una ortodoxia científica moralista y obsoleta. Admitir el error —sobre todo uno incrustado en décadas de retórica prohibicionista— implicaría reconocer que se ha puesto en riesgo la vida de millones para preservar una estructura autorreferencial. En una organización como la OMS, con jerarquías rígidas y escasa tolerancia a la crítica externa, la posibilidad de una ruptura interna se percibe no como una oportunidad, sino como una amenaza.
Desde ahí, el panel avanzó hacia propuestas de reforma: no utópicas, sino estratégicas y realizables:
- Recentrar al consumidor: Entender las prácticas y preferencias reales de quienes usan nicotina es esencial para cualquier análisis científico que aspire a ser ético y relevante.
- Incorporar evidencia del mundo real: Integrar datos epidemiológicos, biomarcadores y estudios de cohortes permite corregir distorsiones de laboratorio y ofrecer una imagen más precisa de los riesgos y beneficios relativos de los productos.
- Reconocer la evidencia industrial: Ignorar la investigación generada por sectores regulados es desperdiciar conocimiento, especialmente cuando puede ser verificado de forma independiente.
- Aprovechar las fuerzas del mercado: La creciente aceptación de productos de riesgo reducido por parte de los consumidores puede ejercer presión para que organismos como la OMS abandonen su aislamiento normativo.
- Centrarse en historias humanas: El lenguaje técnico debe ir acompañado de relatos reales: de quienes dejaron de fumar con vapeo, de quienes fueron ignorados por las autoridades, de quienes ven en la reducción de daños no un concepto, sino una tabla de salvación.
- Colaboración intersectorial: Científicos, reguladores, industria y usuarios deben construir un espacio de confianza crítica, donde la legitimidad del diálogo no dependa de la pureza ideológica, sino de la voluntad de escuchar.
Lo que emergió, al final, no fue solo un inventario de fracasos, sino un mapa de posibilidades. La ciencia —recordaron algunos— no avanza por consenso, sino por el coraje de cambiar de opinión ante la evidencia. El desafío que ahora enfrenta la OMS no es trivial: reconocer que el paradigma de la abstinencia no es neutral —es excluyente. Y que una política de salud pública que ignora la pluralidad de trayectorias humanas está condenada a salvar menos vidas de las que podría.
La tarde concluyó con un llamado directo y sereno: la era de la negación ha terminado, y la responsabilidad del cambio ya no es abstracta. Tiene nombre, rostro, y llega con retraso.
Un breve interludio de resistencia
Durante el segundo día del GFN25, justo cuando el peso de los testimonios comenzaba a asentarse sobre hombros y conciencias, dos momentos fugaces —casi discretos— interrumpieron el ritmo de los paneles. Se destacaron como pequeños actos de insubordinación. No aparecieron en diapositivas. No se anunciaron en comunicados. Fueron gestos.
El primero vino de un joven dueño de una tienda de vapeo en Indonesia que, al final de una sesión sobre la regulación en Asia, se puso en pie y dijo:
—No soy científico. No soy activista. Solo vendí vapers a gente que quería dejar de fumar. Y vi, uno a uno, cómo sus vidas cambiaban.
La traducción simultánea titubeó por un instante. Pero no importó. La sala entendió —porque lo que se habló fue un idioma más antiguo que cualquier política: el de la experiencia compartida.
El segundo momento ocurrió fuera de los paneles. En un pasillo lateral, alguien había pegado discretamente un cartel escrito a mano:
“Cuidar también es desobedecer.”
No había logotipo, ni firma. Solo la frase. Y a su alrededor, a lo largo del día, empezaron a aparecer pequeñas notas: relatos anónimos de personas que dejaron de fumar con productos ilegales, mensajes de apoyo a científicos perseguidos, confesiones de consumidores que nunca habían sido escuchados.
Ese breve interludio no figuraba en el programa oficial. Pero, como tantas veces, fue en ese momento donde se condensó el espíritu del foro. Porque resistir, en ese espacio, era más que hablar —era seguir hablando, incluso cuando ya no hay lugar donde ser oído.
El segundo día del GFN25 no terminó con respuestas —terminó con preguntas. Y quizá ese fue su gesto más radical: en un mundo saturado de certezas impuestas, dejar espacio a la duda ya es una forma de resistencia. En los pasillos, flotaba una intuición incómoda: detrás de los gráficos hay intenciones; detrás de las normativas, decisiones; y detrás de muchas prohibiciones, el miedo a perder el control sobre cuerpos que se atreven a elegir distinto.
Entre la primera intervención de la mañana y el último panel de la tarde, lo que se desplegó fue un esfuerzo colectivo por devolverle la complejidad al debate —no como evasión, sino como responsabilidad. Porque hablar de nicotina es, en el fondo, hablar de libertad: la libertad de respirar, de decidir, de vivir mejor. Y cuando eso se vuelve polémico, es el propio concepto de salud pública el que necesita ser rescatado.
Así concluyó el segundo día: con la convicción de que la verdad científica no solo debe decirse, sino traducirse. No para ser domesticada, sino para ser entendida donde más importa: en los cuerpos que aún fuman, en los rostros que nadie consulta, en los países donde el silencio cuesta vidas.
Mañana, el GFN25 despertaría con esa tarea: ir más allá de la denuncia —y atreverse, por fin, a imaginar el futuro.
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