El nuevo Plan Autonómico de Adicciones 2024-2030 en Castilla y León amplía el marco de acción frente a fenómenos emergentes como el uso compulsivo de pantallas y el vapeo. Sin embargo, ¿responde realmente a la complejidad de las adicciones modernas o perpetúa un enfoque tradicional que ignora las raíces de estos comportamientos?
El gobierno de Castilla y León ha lanzado el ambicioso Plan Autonómico de Adicciones 2024-2030 con un presupuesto de 123 millones de euros, un aumento significativo del 83% respecto al plan anterior.
La estrategia, liderada por la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades en colaboración con Sanidad y Educación, busca abordar un abanico más amplio de adicciones, desde el consumo clásico de sustancias hasta fenómenos considerados emergentes como el uso excesivo de pantallas y el vapeo.
No obstante, el plan enfrenta preguntas críticas: ¿logra ir más allá de una respuesta punitiva, simplista, o queda atrapado en viejos paradigmas que desatienden la complejidad de las adicciones?
Propósitos, desafíos y fallas del plan
El plan se centra en la prevención, particularmente entre menores, adolescentes y grupos vulnerables, reconociendo la creciente relevancia de las “adicciones no relacionadas con sustancias”. Isabel Blanco, consejera de Familia e Igualdad de Oportunidades, subraya que el objetivo es “prevenir el consumo de drogas ilegales, el uso indebido de sustancias legales y las adicciones conductuales”.
Sin embargo, aunque esta ampliación parece un avance, omite una reflexión estructural: ¿qué lleva a los jóvenes a estas prácticas? ¿Qué papel juegan el entorno social, la precariedad emocional y las desigualdades estructurales en la génesis de las adicciones?
La inclusión del vapeo como un elemento de preocupación evidencia una falta de matices en el análisis. Diversos estudios internacionales, como los realizados por el Colegio Real de Médicos y las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de los EE. UU., han señalado que vapear supone significativamente menos riesgo que fumar cigarrillos tradicionales. Equiparar ambas prácticas, sin distinguir su impacto relativo en la salud, puede generar percepciones erróneas y contradecir el enfoque de reducción de daños, una estrategia central para enfrentar el tabaco desde una perspectiva realista y basada en evidencia.
Una de las novedades del plan es la extensión de los programas de prevención a niños de tercero y cuarto de primaria, así como a estudiantes de formación profesional y universitarios. Aunque bien intencionado, este enfoque puede resultar superficial si no se acompaña de una educación que aborde las causas subyacentes de las adicciones, como el manejo del estrés, la salud mental y el contexto social.
Programas como “Pausa y Reconecta”, centrados en fomentar hábitos saludables frente a las pantallas, son un paso positivo, pero ¿bastan campañas, justamente en redes sociales, para combatir los profundos impactos de la tecnología en el bienestar psicológico de los jóvenes?
El plan dedica especial atención al vapeo y al consumo de bebidas energéticas, prácticas comunes entre adolescentes. Según él, el 43,2% de los estudiantes ha consumido bebidas energéticas en el último mes y el 17,4% las ha mezclado con alcohol.
Así mismo, se destaca que el vapeo, al igual que el consumo de alcohol, suele iniciarse a los 14 años. Sin embargo, la estrategia parece ignorar que el vapeo, para los fumadores adultos, es una herramienta clave de reducción de daños. Enfocar exclusivamente los riesgos del vapeo entre adolescentes sin reconocer su utilidad para reducir el consumo de tabaco entre adultos puede perpetuar políticas ineficaces y mantener a fumadores en prácticas mucho más dañinas.
Adicciones y desigualdad estructural
El plan incluye intervenciones dirigidas a grupos vulnerables, como personas en situación de calle, migrantes y víctimas de violencia de género, lo cual es un avance notable. No obstante, las medidas se concentran en las consecuencias de las adicciones y no en los factores que las generan: exclusión social, precariedad económica, traumas no atendidos y un sistema de salud mental insuficiente.
La renombrada Red de Planes Locales de Adicciones, aunque un paso positivo, debe ir más allá de cambios nominales y construir alianzas profundas con universidades y organizaciones civiles para generar soluciones estructurales.
El Plan Autonómico de Adicciones 2024-2030 es un esfuerzo importante para enfrentar desafíos cambiantes en el ámbito de la salud pública. Sin embargo, su éxito dependerá de su capacidad para trascender un enfoque simplista que demoniza ciertos comportamientos sin considerar su contexto.
Lo que a primera vista parece un cambio real también parece más de lo mismo, depende del enfoque con que se mire. En lugar de medidas que perpetúan las viejas prácticas y la estigmatización —como la creación de espacios libres de pantallas y vapeo—, se necesita una apuesta por la educación integral, la promoción del bienestar emocional y la reducción de daños. De lo contrario, no se podría construir una respuesta que realmente aborde las raíces de las adicciones y ofrezca caminos efectivos hacia comunidades más saludables y equitativas.
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