La innecesaria guerra de Australia contra la nicotina prende fuego.
Según informó el sitio web de ALIVE, el movimiento australiano de defensa del vapeo, “la batalla continua de Australia contra el tabaco ha dado lugar a algunas de las regulaciones más estrictas del mundo, especialmente en lo que respecta al vapeo y al precio de los cigarrillos. Aunque el gobierno ha presentado estas políticas como necesarias para la salud pública, las consecuencias no deseadas han desatado una crisis creciente”.
Sin embargo, al revisar la historia de la regulación de drogas, resulta obvio que dichas consecuencias eran totalmente previsibles. Y la inevitabilidad no es solo una lección histórica, sino que está profundamente inscrita en nuestro ADN como especie.
Ronald K. Seigel, profesor de psicofarmacología en la Universidad de California, Los Ángeles, escribió en 2005 la primera edición de su libro Intoxication: The Universal Drive for Mind-Altering Substances. Su premisa central era que el impulso de alterar nuestro estado de conciencia constituye nuestro cuarto impulso biológico, junto con la alimentación/hidratación, el sexo y el sueño. Incluso citaba ejemplos de animales, como elefantes y chimpancés, que buscaban frutas fermentadas simplemente por el placer de embriagarse.
Los ejemplos de Seigel, respaldados por el registro arqueológico e histórico, dejan claro que, desde el descubrimiento de que el grano podía transformarse en alcohol, el opio extraerse de las amapolas y ciertas plantas producir efectos alucinógenos, una parte significativa del esfuerzo humano en los últimos 5.000 años se ha dedicado a cambiar la forma en que nos sentimos.
Con una vista panorámica del planeta veríamos miles de hectáreas dedicadas a distintos granos para producir alcohol; plantaciones de té y café; remolacha y caña de azúcar para endulzarlos. Veríamos viñedos en Europa y en todo el hemisferio sur; enormes plantaciones de tabaco en China, Brasil, India, Estados Unidos e Indonesia; arbustos de coca en Sudamérica, campos de amapola en Oriente Medio, Asia y Australia; y producción de cannabis ya en cientos de países. Observaríamos cómo plantas que alteran el ánimo existen en los ambientes más extremos y opuestos: desde el cactus del peyote en el desierto hasta las lianas alucinógenas en la selva amazónica.
En nuestras ciudades, las fábricas producen cantidades masivas de drogas sintéticas, tranquilizantes, antidepresivos, somníferos, analgésicos, y los químicos para recreativas sintéticas como anfetaminas, éxtasis o ketamina.
Más allá del cultivo, existe toda una infraestructura para llevar estos productos al mercado. Tomemos el alcohol como ejemplo: empresas que fabrican, destilan, embotellan; otras que suministran maquinaria agrícola, equipos de destilación o transporte; distribuidores que almacenan y entregan. Luego están los vendedores: con licencia (bares, clubes, restaurantes) o sin licencia (tiendas y supermercados). Finalmente, agencias de marketing, consultoría y lobby. Multipliquemos esta infraestructura por todas las demás sustancias legales globalmente disponibles. El narcotráfico internacional también requiere toda la red de actividades y negocios auxiliares para trasladar la droga del campo o laboratorio a la calle.
Existe un mito popular asociado al rey Canuto, monarca del siglo XI de Noruega, Dinamarca e Inglaterra, que se sentó en su trono frente al mar intentando detener la marea con su sola orden real. En realidad, se cree que quería mostrar a sus aduladores que incluso su poder tenía límites. La lección es clara: las leyes y decretos siempre tienen un alcance limitado.
Aun así, durante siglos, gobernantes han intentado prohibir sustancias como el tabaco o el café. No siempre por motivos de salud —aunque Jacobo I de Escocia e Inglaterra en 1604 tuvo razón en cuanto al tabaquismo—, sino por temor a que fomentaran la inmoralidad o reuniones conspirativas. Con frecuencia, la tentación de recaudar impuestos superaba al deseo de prohibir, generando contrabando de alcohol, tabaco o té, pero rara vez con consecuencias que amenazaran a la sociedad en su conjunto.
El siglo XX trajo un cambio: el auge del crimen organizado internacional. Antes de la Ley Seca, los delincuentes en ciudades como Nueva York o Chicago eran pequeños estafadores locales. Con la Prohibición (fabricar, transportar o vender alcohol por encima de 0,5% se volvió ilegal), los criminales se convirtieron en empresarios con jerarquías, logística y distribución, aunque con guerras sangrientas. Al levantarse en 1933, el crimen ya estaba plenamente “organizado” y trasladó sus conocimientos al tráfico de drogas, estableciendo lazos globales con Asia y América Latina.
El narcotráfico convirtió matones anónimos en multimillonarios y generó niveles de violencia y corrupción que ninguna ficción necesitaba exagerar. La lección: si se intenta prohibir o restringir drásticamente un producto deseado por millones, otros se harán cargo, con armas en mano.
Seigel también señalaba que las drogas tienden a hacerse más fuertes y peligrosas bajo prohibición: de la hoja de coca a la cocaína y después al crack. O el caso del cannabis en el Reino Unido, donde surgieron potentes cannabinoides sintéticos (“spice”) con graves efectos en prisiones y comunidades vulnerables.
Si aceptamos el “cuarto impulso”, tendría sentido desarrollar versiones más seguras de las drogas que matan. La industria farmacéutica ha buscado durante décadas un analgésico no adictivo, pero los intentos han acabado generando nuevas crisis, como el escándalo del Oxycodone.
No obstante, sí es posible reducir daños: jeringuillas seguras, consejos para evitar contaminantes, medidas contra infecciones, naloxona para sobredosis. Y sobre todo, alternativas menos dañinas al tabaco. El cigarrillo combustible es letal, pero a comienzos de los 2000 un farmacéutico chino inventó un dispositivo para consumir nicotina sin quemar tabaco ni inhalar miles de tóxicos. Con ocho millones de muertes anuales por tabaquismo, parecía una victoria de salud pública. Pero muchos países han optado por prohibir o restringir el vapeo igual que los cigarrillos, cayendo en la peor de las paradojas.
La política ideal debería encarecer los productos combustibles mediante impuestos y, al mismo tiempo, facilitar el acceso a alternativas de nicotina más seguras. En cambio, Australia ha hecho que los cigarrillos sean absurdamente caros y, de facto, ha prohibido los vapers.
El resultado era previsible: precios de cigarrillos disparados (50 AUD por paquete, los más caros del mundo) y un mercado negro de nicotina que supera los 7.500 millones AUD. Los ingresos fiscales se han desplomado y el crimen organizado, junto con bandas locales, se ha apoderado del negocio, usando métodos violentos como la práctica de “earn or burn”: soborno o incendio. Ya hay 250 estancos incendiados en el país, y hasta una víctima mortal en un ataque de la “guerra del tabaco”.
Así, lo que debió ser un asunto de salud pública se ha transformado en un problema de seguridad nacional y criminalidad organizada, con costes multimillonarios y daños colaterales.
Australia, en nombre de la “salud pública”, ha entregado buena parte del control del tabaco al crimen organizado, creando una “prima de prohibición” y expulsando a los consumidores hacia el mercado negro.
El debate político, moral y legal sobre la prohibición de drogas es complejo, pero lo de Australia es innecesario. El tabaco sigue siendo legal: la guerra procede de precios, impuestos y canales restringidos, no de una prohibición total.
El gobierno podría moderar los precios de los cigarrillos y flexibilizar el acceso al vapeo con un sistema de licencias al estilo neozelandés y una oferta limitada de sabores para adultos. Eso mitigaría el acceso juvenil sin impedir alternativas más seguras.
Aunque los fumadores disminuyen, aún hay más de dos millones de adultos en Australia. El mercado ilegal seguirá existiendo mientras sea más barato, pero el “cuarto impulso” puede ser regulado.
Este artículo fue traducido y adaptado al español por el equipo de Vaping Today. Publicación original: Harry’s blog 129: Prohibition: the lessons we never learn. Si encuentra algún error, inconsistencia o tiene información que pueda complementar el texto, comuníquese utilizando el formulario de contacto o por correo electrónico a redaccion@thevapingtoday.com.