Investigadores analizan: ¿qué modelo logra reducir más el tabaquismo?

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Australia y Nueva Zelanda, dos líderes en la lucha contra el tabaquismo, han adoptado estrategias opuestas para regular el vapeo. Mientras uno impone restricciones severas, el otro facilita su acceso con controles. Un nuevo estudio revela impactos inesperados y reaviva un debate clave: ¿prohibir o regular?

Nueva Zelanda y Australia se convirtieron en modelos a seguir en materia de control del tabaquismo, con políticas que incluían impuestos elevados, severas restricciones publicitarias y agresivas campañas de concienciación. Fumar debía ser cosa del pasado, un vicio cada vez más costoso y socialmente inaceptable. Y, en muchos sentidos, lo lograron. Las tasas de fumadores cayeron, demostrando que una regulación estricta podía empujar a la población hacia la cesación.

Sin embargo, cuando la conversación giró hacia el vapeo, ese camino conjunto se bifurcó. Australia apostó por la restricción absoluta, imponiendo un sistema que convierte a los cigarrillos electrónicos en un producto de prescripción médica. Cualquier persona que desee acceder a la nicotina en forma de vapor debe obtener una receta de un profesional de la salud, en un proceso burocrático que, para muchos, simplemente no vale la pena. 

Nueva Zelanda, en cambio, adoptó un enfoque diferente. Reguló el vapeo, pero sin convertirlo en un privilegio médico. Allí, los adultos pueden comprar productos de nicotina en tiendas especializadas, con controles de edad, pero sin la barrera de una consulta médica obligatoria.

Esta diferencia de estrategias no es solo una cuestión de política interna, sino una disyuntiva crucial para la salud pública global. ¿Prohibir o regular? ¿Restringir al máximo cualquier producto con nicotina o aceptar que algunos fumadores necesitan alternativas y facilitar su acceso? Estas preguntas no son meras especulaciones filosóficas; sus respuestas se reflejan en los datos.

Un reciente estudio liderado por el Dr. Colin Mendelsohn, junto con expertos de renombre como Robert Beaglehole, Ron Borland, Wayne Hall, Alex Wodak, Ben Youdan y Gary Chung, analizó lo que ha ocurrido en ambos países entre 2016 y 2023. Sus hallazgos revelan que las decisiones políticas no solo influyen en el mercado, sino que pueden acelerar o frenar la lucha contra el tabaquismo.

Los números cuentan una historia

El equipo de investigadores recurrió a encuestas nacionales para trazar la evolución del tabaquismo y el vapeo en diferentes grupos de la población, segmentando por edad, nivel socioeconómico y origen indígena. Mientras Australia evaluó a adultos de 14-15 años en adelante y jóvenes de 12 a 17 años, Nueva Zelanda se enfocó en adultos desde los 15 años y adolescentes de 14 a 15 años. Los datos revelan tendencias claras y contrastantes entre ambos países:

1. Nueva Zelanda fuma menos y vapea más

En Nueva Zelanda, la tasa de fumadores diarios cayó del 14,5% al 6,8% en solo siete años, una disminución abrupta. En Australia, donde la política restrictiva impide un acceso sencillo al vapeo, la caída fue menor: del 12,2% al 8,3%. En proporción, el descenso en Nueva Zelanda fue 1.5 veces mayor.

Pero este fenómeno no ocurrió en el vacío. Paralelamente, el uso diario de cigarrillos electrónicos en Nueva Zelanda aumentó del 0,9% al 9,7%, mientras que en Australia solo creció del 0,5% al 3,5%. En otras palabras, la relación entre el descenso del tabaquismo y el aumento del vapeo parece evidente.

2. El efecto en poblaciones vulnerables

El impacto de estas políticas no fue uniforme en toda la población. Los sectores más golpeados por el tabaquismo —jóvenes adultos, personas con menos recursos y comunidades indígenas— vieron una reducción más acelerada del consumo en Nueva Zelanda que en Australia. Históricamente, estos grupos han sido los más resistentes al abandono del cigarrillo. Sin embargo, en Nueva Zelanda, donde la transición al vapeo es más accesible, la caída fue más pronunciada.

3. El debate del vapeo juvenil

Si bien el tabaquismo juvenil cayó en ambos países, el vapeo en adolescentes se disparó en Nueva Zelanda. Esto encendió alarmas y en 2022 se introdujeron regulaciones más estrictas. Los datos sugieren que el crecimiento del vapeo entre menores comenzó a desacelerarse después de estas medidas, lo que plantea una pregunta fundamental: ¿es posible diseñar regulaciones que permitan el acceso al vapeo para adultos fumadores sin incentivar su uso entre los jóvenes?

El dilema de la regulación: equilibrio o prohibición

El estudio ofrece una lección clara: facilitar el acceso al vapeo parece acelerar la disminución del tabaquismo. En Nueva Zelanda, esta estrategia ha logrado reducir más rápido el número de fumadores, especialmente entre los sectores más vulnerables. Australia, con su enfoque restrictivo, muestra una caída más lenta y un menor uso del vapeo, lo que sugiere que su política podría estar frenando un recurso potencialmente efectivo para dejar de fumar.

Sin embargo, el aumento del vapeo juvenil en Nueva Zelanda es un argumento que no se puede ignorar. La clave, según los investigadores, no es una prohibición total, sino una regulación precisa que permita que los fumadores adultos accedan a alternativas sin que los adolescentes se vean atraídos por ellas.

Este no es un dilema exclusivo de Oceanía. Gobiernos de todo el mundo enfrentan la misma disyuntiva:

¿Permitir que los fumadores migren al vapeo, aceptando un posible aumento en su uso entre los jóvenes? ¿O restringirlo al máximo y correr el riesgo de frenar la reducción del tabaquismo?

No hay respuestas fáciles, pero la evidencia es contundente. Nueva Zelanda ha demostrado que una regulación equilibrada del vapeo puede acelerar la reducción del tabaquismo, sobre todo en poblaciones vulnerables. Mientras tanto, Australia, con su enfoque restrictivo, parece estar limitando el acceso a una herramienta que, para muchos fumadores, podría representar la diferencia entre seguir consumiendo cigarrillos o abandonarlos por completo.

El vapeo juvenil sigue siendo un punto de fricción, pero la experiencia neozelandesa sugiere que este problema no requiere una prohibición absoluta, sino normativas bien diseñadas que minimicen su atractivo para los adolescentes sin bloquear su acceso a los fumadores adultos que lo necesitan. Regular con inteligencia, en lugar de prohibir por temor, parece ser el camino más sensato.

Y así llegamos a la pregunta que todo regulador debe enfrentar:

Si el objetivo es reducir el daño del tabaco, ¿estamos regulando el vapeo de la manera correcta?

Si la meta es reducir el daño que causa el tabaco, la respuesta parece clara. Una prohibición estricta del vapeo no solo es innecesaria, sino que podría estar impidiendo el avance en la lucha contra el tabaquismo. La evidencia sugiere que, en el esfuerzo por proteger a todos, podríamos estar dejando atrás a quienes más necesitan una salida.


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