Las bolsas de nicotina empiezan a transformar el panorama de la reducción de daños del tabaquismo

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Dos estudios publicados en 2025, separados por 4.500 kilómetros, trazan el contorno de una intimidad química en expansión. En Riad, una encuesta con más de 800 adultos reveló que las bolsitas de nicotina ya circulan entre fumadores jóvenes, aunque rodeadas de dudas y desconocimiento. En Estocolmo, un ensayo piloto con 23 dentistas mostró que una innovación mínima, una delgada membrana impermeable, puede reducir de forma tangible la irritación bucal. Son fragmentos de evidencia que, puestos en diálogo, no anuncian una amenaza ni una salvación inmediata, sino la posibilidad de un cambio sutil en la manera en que los cuerpos —y las culturas— se relacionan con una molécula antigua que nunca deja de reinventarse.

Riad significa jardines en árabe. Es memoria de los oasis que alguna vez ofrecieron  sombra al desierto y promesa de fertilidad en medio de la arena. Hoy, sin embargo, la ciudad se alza con rascacielos de vidrio y espejos que devuelven un sol aún inclemente sobre azulejos y cúpulas. 

Entre esa luminosidad contemporánea y la evocación de los antiguos oasis, un grupo de investigadores recorre plazas, cafés y centros comerciales con tabletas en la mano. Se detienen frente a desconocidos y lanzan tres preguntas casi triviales: 

¿Ha oído hablar de las bolsitas de nicotina? 

¿Las ha probado alguna vez? 

¿Sintió algo después? 

Preguntas mínimas que, sumadas, buscan delinear un mapa nuevo de la nicotina en la Arabia Saudí del siglo XXI. 

Más de ochocientas voces respondieron. Ese murmullo colectivo se transformó en datos y, más tarde, en un artículo firmado por Hassan Alkharaan y colegas de la Prince Sattam Bin Abdulaziz University, publicado en Frontiers in Public Health en septiembre de 2025. 

En Riad, las cifras no son frías. Tienen textura humana. Dicen que el 59,3% de los adultos conoce ya las bolsas orales de nicotina, aunque solo un 14,2% las ha utilizado alguna vez. La cultura suele anticiparse a la práctica: primero se instala la palabra, luego el gesto. No es un gesto mayoritario, pero ya es un gesto visible. 

Pero el mapa de este uso no está trazado de forma homogénea. Los hombres tienen casi el doble de probabilidad de conocerlas y casi el triple de haberlas usado en comparación con las mujeres. La brecha de género que atraviesa tantos comportamientos se replica también aquí: ellos exploran antes, ellas cargan luego con los juicios más pesados.

La edad traza otra frontera decisiva. Los más jóvenes, entre 18 y 39 años, multiplican por cinco la conciencia y por seis o siete la probabilidad de uso frente a quienes tienen entre 40 y 69. No es una sorpresa: lo nuevo suele filtrarse primero en las generaciones más jóvenes, menos atadas a los rituales de la combustión y más expuestas a dispositivos que prometen discreción y modernidad, menos asociados al estigma y al olor del humo. 

El hallazgo central, sin embargo, se impone con contundencia: el 95,8% de los usuarios de bolsas son fumadores o exfumadores y, entre ellos, predominan los de cigarrillos combustibles (73,7%), seguidos por vapeadores (56,8%) y usuarios de hookah (33,1%). La puerta de entrada, entonces, no parece abrirse hacia los que nunca habían probado nicotina, sino que se inserta en trayectorias ya marcadas por el humo o el vapor. 

Y en ese desvío se abre la posibilidad de reducir daños: cambiar fuego por fibra vegetal, combustión por absorción oral. No es lo mismo abrasar los pulmones que liberar la sustancia en la boca. Un desvío que, si se convierte en sustitución, podría significar menos cenizas en los pulmones y más oxígeno en la sangre.

Los números también muestran que la experiencia del uso no está exenta de matices. Quienes consumen bolsas tienden a percibirlas con más benevolencia que quienes no las usan, un fenómeno común cuando la práctica se integra en la vida cotidiana y que se ve reforzado, además, por la evidencia que las sitúa como opción menos dañina frente al humo.

Al mismo tiempo, el estudio identificó una correlación: a mayor frecuencia de uso, más probabilidades de reportar síntomas, sobre todo abdominales. No es una alarma, sino un recordatorio de que incluso los productos más seguros requieren vigilancia, porque lo que hoy se percibe como leve puede mañana perfilarse como patrón indeseable.

Lo que emerge del estudio no es un veredicto cerrado, sino un escenario ambivalente. En el presente, las bolsas se integran casi exclusivamente en la rutina de los fumadores, ofreciendo un potencial de reducción de daños frente a la combustión. En el horizonte, la curiosidad generalizada anticipa que su papel dependerá de decisiones políticas, educativas y regulatorias.

El dilema está en no demonizar ni glorificar, sino en reconocer una herramienta que, usada en el lugar correcto, en la vida de quienes ya fuman, puede significar menos enfermedad y menos muerte. Y en asumir que toda tecnología del cuerpo exige acompañamiento científico, social, cultural y sanitario.

Porque la pregunta que se formuló en Riad es la misma que atraviesa la salud global: ¿seremos capaces de transformar datos en cuidado o dejaremos que el mercado decida solo hacia dónde se inclina la balanza entre herida y posibilidad? 

El riesgo es claro: si los Estados y las instituciones de salud no regulan con justicia y sensatez, la prohibición puede alimentar mercados ilegales o condenar a un producto menos dañino a no lograr ser más atractivo que aquel al que podría sustituir. En esa encrucijada no solo se juega el futuro de las bolsas de nicotina, sino la manera en que concebimos la salud, como pacto colectivo o como negocio privado. Y mientras en Arabia Saudí los números revelan tensiones políticas y sociales, en el norte de Europa la pregunta se trasladaba al cuerpo, al tejido de la encía y a la evidencia clínica.

La anatomía íntima de una prueba discreta

4.500 kilómetros al norte de Riad, en Estocolmo, la escena era otra. No plazas ni souks, sino una clínica blanca, de paredes lisas y luz de led fría, donde el silencio reemplazaba al bullicio. Allí, un grupo de dentistas suecos —consumidores habituales de snus o de bolsas de nicotina— aceptó un experimento inusual. Durante cinco semanas abandonarían sus productos cotidianos para usar exclusivamente una bolsita especial: Stingfree Strong Blue Mint, diseñada con una membrana interna impermeable para amortiguar la irritación de la encía. 

El estudio, liderado por Giusy Rita Maria La Rosa, de la Universidad de Catania, junto con un consorcio internacional de investigadores, fue publicado en Acta Odontologica Scandinavica. Un ensayo modesto, casi íntimo —apenas 23 participantes—, pero con la ambición de ofrecer una primera señal sobre cómo la reducción de daños puede medirse también en el territorio microscópico de la boca.

El piloto era pequeño: apenas 23 participantes, casi todos hombres. Pero los números tenían peso. La prevalencia de lesiones en la mucosa cayó del 95,7% al 69,6%. La severidad, medida por la escala de Axell, descendió de 2 a 1 en mediana, una diferencia estadísticamente significativa (p = 0,0002). 

En la práctica, eso significaba que las manchas blancas visibles en la encía se atenuaban y que los casos moderados o más graves desaparecían por completo: la gingivitis retrocedió hasta extinguirse; la irritación gingival se redujo en un 90%. Ninguno de los participantes empeoró. Solo uno reportó mayor sequedad bucal. En un estudio tan breve y acotado era suficiente para insinuar que una simple membrana podía dejar una huella clínica perceptible.

No todo cambió. La recesión gingival se mantuvo igual: un 39,1% al inicio y el mismo porcentaje cinco semanas después. La ciencia lo explica con claridad: la recesión es una herida crónica, no se revierte en un mes. Pero lo que sí se transformó fue la textura de la mucosa, que se convirtió en un territorio menos inflamado, más estable. Y en ese gesto microscópico se insinuaba la lógica más amplia de la reducción de daños: no es borrar el pasado, sino evitar que el daño siga avanzando.

El diseño tenía limitaciones claras: se trataba de un estudio piloto abierto, sin grupo control paralelo, en el que cada participante funcionaba como su propio control. La muestra era reducida —apenas 23 dentistas, casi todos hombres— y el seguimiento, breve: solo cinco semanas. El producto, además, fue facilitado por sus propios creadores. Pero no se trataba de una multinacional todopoderosa, sino de un emprendimiento familiar. El inventor, Bengt Wiberg —usuario de snus cansado de la irritación en la encía— ideó junto a su hijo Daniel una bolsita con barrera interna para reducir el contacto con la mucosa.

La diferencia es que aquella invención no se quedó en el garaje de casa: fue puesta a prueba por un consorcio académico encabezado por Giusy Rita Maria La Rosa, del Departamento de Medicina Clínica y Experimental de la Universidad de Catania, y reunió a referentes de distintos continentes.

Entre ellos estuvieron Karl Fagerström, pionero en el estudio de la dependencia nicotínica y creador del test que lleva su nombre, Jan Kowalski y Renata Górska, de la Universidad Médica de Varsovia, reconocidos en el campo de la periodoncia, Iain Chapple, de la Universidad de Birmingham y del NHS británico, una de las voces más influyentes en enfermedades de las encías, y Riccardo Polosa, fundador del Centro de Excelencia para la Aceleración de la Reducción de Daños (CoEHAR), referente internacional en estrategias alternativas frente al tabaco.

A ellos se sumaron Sebastiano Antonio Pacino, de la clínica dental Addendo en Catania, Stefan Gospodaru, Gheorghe Bordeniuc y Valeriu Fala, del Instituto de Medicina y Farmacia “Nicolae Testemiţanu” en Moldavia, además de la clínica Faladental en Chişinău, y Amaliya Amaliya, de la Universidad de Padjadjaran en Indonesia, especialista en periodoncia en el sudeste asiático. 

En conjunto, el equipo representaba un mosaico internacional de instituciones con larga tradición en salud oral, medicina periodontal y estudios sobre nicotina. El piloto tenía sus márgenes estrechos, pero la señal era clara: medio milímetro de celulosa impermeable bastaba para modular el daño.

Un sobre blanco une desierto y nieve

Dos investigaciones, dos mundos. Riad y Estocolmo. El bullicio del desierto frente a la calma del norte. La salud pública desplegada en plazas abiertas y la odontología clínica encerrada en paredes blancas. En Arabia Saudí, un cuestionario masivo traza el mapa de quiénes usan y qué piensan. En Suecia, una incomodidad íntima de un consumidor se convierte en invención y, bajo el escrutinio de expertos, recibe el aval académico entre usuarios profesionales.

Ambos escenarios, tan distintos, convergen en un mismo objeto en ascenso: pequeñas bolsas blancas que disuelven nicotina bajo el labio, prometiendo estímulo sin combustión, presencia sin humo, deseo sin ceniza.

En Arabia Saudí, donde el alcohol está prohibido, la nicotina ocupa un lugar social diferenciado: tolerada, visible, con un peso cultural propio. En Suecia, en cambio, donde el snus se considera casi patrimonio nacional, las bolsas de nicotina se leen más como continuidad que como novedad. La misma molécula —la nicotina— muda de significado según el contexto, el medio y el formato: símbolo de modernidad en Riad, de tradición en Estocolmo.

Pero en ambos escenarios la boca se erige como un campo sociopolítico. En los cuestionarios saudíes quedó claro que la información disponible camina más despacio que el mercado; en las clínicas suecas, las encías narraban señales de alivio. El cuerpo, al final, pronuncia antes lo que la estadística tarda en decir.

Ambos artículos ofrecen apenas fragmentos de un futuro en construcción. Riad expone la demanda social de información y regulación; Estocolmo sugiere que el diseño puede, literalmente, suavizar heridas. Ninguno entrega respuestas definitivas, pero juntos iluminan una misma frontera: la de la nicotina blanca, discreta, invisible, capaz de salvar vidas si llega a sustituir al cigarrillo —todavía responsable de ocho millones de muertes cada año—.

Se trata de una frontera mínima en apariencia, pero con el poder de reconfigurar la salud pública global.

Referencias

  • Alkharaan, H., Alrubayyi, A., Kariri, M., Alasqah, M., Alnufaiy, B., Alzahrani, H. G., Gufran, K., Altkhais, Y., Algharbi, M., & Alarfaj, F. (2025). Investigating oral nicotine pouch use among adults in Riyadh, Saudi Arabia: Prevalence, awareness, susceptibility, and associated symptoms. Frontiers in Public Health, 13, 1607656. https://doi.org/10.3389/fpubh.2025.1607656
  • La Rosa, G. R. M., Fagerström, K., Pacino, S. A., Kowalski, J., Górska, R., Gospodaru, S., Bordeniuc, G., Fala, V., Amaliya, A., Chapple, I., & Polosa, R. (2025). Self-reported oral health outcomes after switching to a novel nicotine pouch technology: a pilot study. Acta odontologica Scandinavica, 84, 292–298. https://doi.org/10.2340/aos.v84.43805

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