¿Son los cigarrillos electrónicos una herramienta para dejar de fumar, un producto de consumo de menor riesgo o una puerta de entrada al tabaquismo o a la adicción a la nicotina? Celebrados como herramientas disruptivas para dejar de fumar, los cigarrillos electrónicos también enfrentan críticas por su posible rol en la adicción a la nicotina entre no fumadores, especialmente los jóvenes. Este debate ilustra claramente los desafíos más amplios en la política de salud pública: equilibrar los beneficios con los riesgos, así como navegar por un entorno complejo influenciado por intereses económicos, dogmatismos científicos y falta de transparencia política. Pero, ¿se trata realmente de un dilema?
Para responder la pregunta del título, la evidencia científica debe ser debatida, analizada y comunicada de manera constante y adecuada. Aunque estos dispositivos han demostrado ser significativamente menos dañinos que los cigarrillos tradicionales y efectivos para ayudar a dejar de fumar, persisten preocupaciones acerca de su uso entre los jóvenes y no fumadores, que, aunque son legítimas, muchas veces se exageran por motivos ideológicos. A pesar de esto, hay un cierto consenso en que las políticas y regulaciones deben basarse en datos científicos sólidos y actualizados para equilibrar la promoción de la cesación del tabaquismo con la prevención de una nueva ola de adicción a la nicotina.
La dicotomía en la opinión pública y científica exige una exploración constante de la evidencia disponible. Solo mediante un análisis riguroso y continuo se puede proporcionar la información necesaria a los responsables de políticas, proveedores de salud y al público en general, permitiendo así una regulación equilibrada y efectiva de estos dispositivos.
Por lo menos desde 2010, los cigarrillos electrónicos han recibido atención por su potencial para ayudar en la cesación del tabaquismo. Un estudio liderado por Pasquale Caponnetto y Riccardo Polosa, publicado en 2011, reveló el primer caso documentado en el que se midieron de manera objetiva los resultados de dejar de fumar utilizando cigarrillos electrónicos en personas que habían fracasado repetidamente en sus intentos anteriores, a pesar de recibir apoyo profesional, usar tratamientos convencionales y participar en asesoría intensiva. Un informe bastante robusto presentado en 2018 por la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina de los EE. UU. evaluó la eficacia de los cigarrillos electrónicos como una herramienta «potencialmente eficaz» para dejar de fumar y concluyó que son «considerablemente menos dañinos» que continuar fumando tabaco convencional.
El conjunto más robusto de evidencia sugiere que los cigarrillos electrónicos son más efectivos que las terapias tradicionales de reemplazo de nicotina. La revisión sistemática Cochrane de 2024, que examinó 88 estudios, concluyó que vapear nicotina es un 59 % más efectivo para dejar de fumar que los parches y chicles de nicotina. De manera similar, una revisión del Instituto Nacional de Investigación en Salud del Reino Unido identificó el vapeo como la ayuda individual más efectiva para dejar de fumar disponible en la actualidad.
Los científicos defensores del efecto de “puerta de salida” o “desplazamiento” perciben con convicción que el mecanismo por el cual los cigarrillos electrónicos facilitan la cesación del tabaquismo es multifacético. Estos dispositivos proporcionan una experiencia conductual y sensorial familiar para los fumadores, lo cual es fundamental para aquellos que luchan por dejar de fumar. Además, la posibilidad de probar una multitud de sabores y aromas placenteros facilita la transición lejos de los cigarrillos combustibles.
Por otra parte, los cigarrillos electrónicos permiten a muchos usuarios reducir gradualmente su consumo de nicotina. Este proceso, conocido como titulación de nicotina, ayuda a los usuarios a controlar eficazmente su ingesta de esta sustancia.
Los científicos, en su mayoría defensores inflexibles del control del tabaco, también son defensores acérrimos del paradigma de la “puerta de entrada” y parecen convencidos de que el aumento de la prevalencia del uso de cigarrillos electrónicos ha generado un retorno al tabaquismo. Críticos de los productos de nicotina más seguros, argumentan que los cigarrillos electrónicos sirven como entrada al tabaquismo y pueden revertir décadas de progreso en el control del tabaco. Sin embargo, la evidencia que respalda esta hipótesis es aún más polémica que la del “desplazamiento” y a menudo metodológicamente defectuosa.
Definiciones confusas
Una revisión sistemática y un metaanálisis realizados por científicos de la empresa canadiense Thera-Business examinaron la asociación entre el uso de cigarrillos electrónicos entre los no fumadores y el inicio del consumo de cigarrillos combustibles.
La revisión incluyó 55 estudios y encontró en ellos una asociación entre el uso no regular de cigarrillos electrónicos y la iniciación al tabaquismo con una razón de probabilidades ajustada (OR) de 3.71. Esto significa que, después de controlar otros factores que podrían influir en los resultados, la probabilidad de iniciar el tabaquismo es aproximadamente 3.71 veces mayor en el grupo que usa cigarrillos electrónicos en comparación con el grupo que no los usa.
Sin embargo, la revisión también destacó varias limitaciones metodológicas, incluyendo definiciones inconsistentes de «uso» y un control inadecuado de variables de confusión. La mayoría de los estudios utilizaron una definición amplia de uso de cigarrillos electrónicos, a menudo confundiendo la experimentación con el uso regular. Por ejemplo, muchos estudios clasificaron a los individuos como usuarios de cigarrillos electrónicos si habían probado un cigarrillo electrónico una sola vez, inflando así el riesgo percibido de progresión al tabaquismo regular.
Además, la mayoría de los jóvenes que experimentan con cigarrillos electrónicos no continúan usándolos regularmente, lo que sugiere que la experimentación no necesariamente conduce al uso sostenido ni al tabaquismo posterior.
Implicaciones políticas: se necesita una regulación equilibrada
El debate sobre los cigarrillos electrónicos no solo aborda el impacto individual en la salud, sino también las implicaciones políticas más amplias. Una regulación efectiva debe equilibrar los beneficios potenciales de los cigarrillos electrónicos como herramienta de reducción de daños con la necesidad de proteger a los jóvenes de la adicción a la nicotina.
Un desafío importante en la regulación son las consecuencias no deseadas de políticas presentadas a la opinión pública como bien intencionadas. Por ejemplo, las prohibiciones de sabores, destinadas a reducir el atractivo para los jóvenes, pueden llevar inadvertidamente a los usuarios adultos de vuelta al tabaquismo o a productos del mercado ilícito sin ningún control de calidad.
Un estudio sobre las prohibiciones de sabores en San Francisco encontró que el tabaquismo aumentó entre los estudiantes de secundaria tras la implementación de la prohibición. Este resultado ejemplifica y subraya la importancia de considerar todos los impactos posibles de las políticas, incluidos aquellos que pueden ser contraproducentes.
Además, las implicaciones económicas de gravar excesivamente los productos de reducción de riesgos y daños deben evaluarse con cuidado. En el caso del tabaquismo, la evidencia sugiere que los cigarrillos electrónicos y los cigarrillos combustibles son sustitutos económicos. Aumentar el precio de los cigarrillos electrónicos con altos impuestos podría llevar a un aumento en el consumo de cigarrillos.
¿Hay otra “puertas de entrada?
Otro estudio estimó que un impuesto nacional propuesto en los EE. UU. sobre los cigarrillos electrónicos aumentaría la proporción de fumadores diarios en aproximadamente un punto porcentual, lo que se traduciría en 2.5 millones de fumadores diarios adicionales.
La investigación, llevada a cabo por expertos de instituciones como la Universidad Estatal de Georgia y la Universidad de Kentucky, puso de relieve que gravar los cigarrillos electrónicos con un impuesto de 1,65 dólares por mililitro de líquido para vapear haría que más adultos pasaran de vapear a fumar cigarrillos, que son más perjudiciales para la salud.
Una de las lecciones que proporciona la ciencia es que, para abordar las complejidades de la regulación de los cigarrillos electrónicos y avanzar hacia una regulación basada en evidencia, es esencial un enfoque proporcional al riesgo. Este enfoque reconoce la significativa reducción de daños proporcionada por los productos de nicotina sin humo en comparación con los cigarrillos combustibles.
El Estado tiene el deber de regular y limitar a los mercados para favorecer el interés colectivo. En ese sentido, debe asegurar que las regulaciones se enfoquen en garantizar la calidad y seguridad de los productos, proporcionar información precisa a los consumidores y prevenir el acceso de los menores de edad sin restringir indebidamente la capacidad de los fumadores adultos para cambiar a alternativas menos dañinas.
Si lo anterior no se garantiza, medidas como el aumento de los precios a los consumidores y las políticas excesivamente restrictivas podrían convertirse en una verdadera puerta de entrada ―o de regreso― al tabaquismo.
Algunas recomendaciones para los responsables de políticas
Muchos científicos y expertos en salud han planteado puntos esenciales para una regulación equilibrada.
Primero, es fundamental mantener bajos los impuestos sobre los cigarrillos electrónicos, mientras se cobran altos impuestos sobre los cigarrillos combustibles. Esta estrategia incentivará y ayudará económicamente a los fumadores a cambiarse a alternativas menos dañinas. Además, se deben evitar políticas que puedan hacer que los cigarrillos electrónicos sean menos accesibles o atractivos que fumar.
La publicidad de cigarrillos electrónicos se debe regular para asegurar que esté dirigida exclusivamente a fumadores adultos, restringiendo el marketing dirigido a menores de edad. Los mensajes, tanto desde el punto de vista del interés del mercado como de la salud pública, deben enfatizar los beneficios de la reducción de daños asociados con el uso de cigarrillos electrónicos en comparación con el tabaquismo tradicional.
En cuanto a la calidad y seguridad del producto, el poder público debe implementar normas rigurosas que incluyan límites a las sustancias potencialmente dañinas y requisitos de pruebas robustas. Asegurar que los productos se fabriquen con altos estándares de calidad minimizará los riesgos para la salud de los consumidores.
Adicionalmente, en el ámbito del comercio, se deben aplicar procesos estrictos de verificación de edad para prevenir el acceso de los menores a los cigarrillos electrónicos. Además, es importante considerar campañas educativas que informen a los más jóvenes y a sus tutores sobre los riesgos del uso de nicotina, sin confundir los riesgos relativos de fumar y vapear.
Finalmente, es fundamental establecer sistemas de vigilancia integrales para monitorear las tendencias de uso de cigarrillos electrónicos, su impacto en la salud y la efectividad de las medidas regulatorias. Las políticas deben ser ajustadas continuamente según la evidencia científica emergente y el análisis riguroso de los datos.
Regulación informada para más beneficios y menos riesgos
El debate sobre los cigarrillos electrónicos es un ejemplo de los desafíos en la política de salud pública: equilibrar los beneficios potenciales con los riesgos y navegar por un paisaje complejo, sesgado por intereses económicos, dogmatismos científicos y opacidad política.
Aunque los cigarrillos electrónicos no están exentos de riesgos, el cuerpo de evidencia científica actual, como lo demuestra ejemplarmente la revisión Cochrane, apoya firmemente su papel en la reducción de daños para los fumadores. Los responsables de políticas pueden adoptar un enfoque matizado que mitigue los riesgos para los no fumadores mientras aprovechan el potencial de los cigarrillos electrónicos para reducir significativamente la carga de enfermedades relacionadas con el tabaquismo.
A medida que se espera que el debate público madure, es imperativo basar las decisiones políticas en evidencia científica robusta, reconocer las limitaciones de los estudios existentes y estar abiertos a ajustar las políticas a medida que surgen nuevos datos. Al hacerlo, se pueden maximizar los beneficios para la salud pública y minimizar los daños no deseados, contribuyendo en última instancia a una sociedad más saludable.
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