El caso de la madre que decidió comprar cigarrillos para alejar a su hijo del vapeo

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La lucha contra el tabaquismo ha cambiado de forma. La desinformación y las narrativas simplistas sobre el vapeo han dejado a familias atrapadas entre dilemas éticos y políticas públicas mal calibradas. El caso de una madre que optó por comprar cigarrillos a su hijo para alejarlo del vapeo expone las profundas contradicciones de una sociedad que, al demonizar herramientas de reducción de daños, condena a las generaciones más jóvenes a perpetuar el ciclo de dependencia y a enfrentar un futuro incierto.

En una noche cualquiera, mientras la ciudad gira en la rutina de lo cotidiano, una madre y su hijo adolescente de 16 años protagonizan una escena que parece sacada de un guión distópico e ilustra las contradicciones del mundo contemporáneo. 

Ambos van en un coche, camino a una estación de servicio. El objetivo no es llenar el tanque de combustible, sino adquirir un paquete de cigarrillos Marlboro Gold. Ella, sumida en un abrumador sentimiento de culpa; él, resignado a la incomodidad de una realidad que no puede controlar. El intercambio es rápido, casi mecánico, como si arrojarle los cigarrillos al adolescente pudiese aliviar la carga moral de una decisión que ni ella misma puede justificar. Y, sin embargo, ambos están convencidos de que este ritual, por absurdo que parezca, es el mal menor en comparación con lo que intentan combatir: el vapeo.

Cuando Machteld van Hulten supo que su hijo adolescente consumía en forma de vapeo una cantidad de nicotina equivalente a cuarenta paquetes de cigarrillos en apenas cuatro días, se enfrentó a un dilema tan desconcertante como angustiante: ¿debería aceptar su dependencia a los dispositivos electrónicos o, aun reconociendo los riesgos, intentar guiarlo hacia un consumo de nicotina que juzgara más controlado, incluso si eso significaba recurrir al tabaco combustible? 

Este dilema ético subraya la desesperación de una madre atrapada en un sistema que no ofrece alternativas claras ni apoyo suficiente para manejar el problema de forma segura. En un giro tan inesperado como desesperado, esta madre optó por un camino controvertido: comprarle cigarrillos a su hijo para intentar reducir el daño. 

El desconocimiento detrás de políticas públicas que fallan

Esta historia real, publicada en un medio neerlandés, no solo desnuda las contradicciones de una familia atrapada entre el humo y el vapor, sino que lanza luz sobre una realidad que el discurso oficial prefiere ignorar: los paradigmas que han fracasado en adaptarse a los retos contemporáneos. 

Las autoridades siguen un enfoque fallido en la lucha contra la adicción juvenil. Las narrativas en torno al vapeo se han centrado en el alarmismo y la prohibición, como lo demuestran los intentos de limitar sabores en e-líquidos sin un análisis claro de sus efectos. Estas estrategias han fracasado en reducir la adicción juvenil y, en cambio, han empujado a muchos adolescentes hacia alternativas más peligrosas.

De hecho, el relato evidencia la angustia de las familias ante los dilemas que plantea la adicción y desnuda las grietas de unas políticas públicas mal planteadas en torno al vapeo. Estas campañas, diseñadas más para demonizar que para comprender, carecen de un enfoque realista que, lejos de proteger a los jóvenes, termina empujándolos hacia riesgos mayores, como el consumo de tabaco tradicional, mientras despojan a las familias de herramientas eficaces para enfrentar un problema que las supera.

Este escenario revela una dinámica estructural donde el sujeto adolescente ―atrapado entre su deseo de autonomía y las demandas de la sociedad, de las políticas públicas, de la familia y de la cultura, enfrentado a un futuro cada vez más incierto― busca un espacio de goce que le permita lidiar con su vacío existencial alimentado con voracidad por el capitalismo. El adolescente queda atrapado entre la búsqueda de independencia y la presión de una sociedad que no le proporciona alternativas reales. 

El consumo de cualquier sustancia psicoactiva se convierte en una respuesta a esa búsqueda, una satisfacción parcial que intenta llenar el vacío, pero que, paradójicamente, refuerza su dependencia respecto al objeto de consumo.

En la escena de la madre y su hijo, conocida para tantas familias y trágica en sus implicaciones, se revela un conflicto ético profundo: el choque entre la búsqueda desesperada de proteger a un hijo y la lucha contra un sistema social, político y económico que, al desinformar y estigmatizar, deja a las familias sin opciones viables. En una ironía cruel, en su intento por reducir el daño, la madre termina enfrentándose al verdadero enemigo: la desinformación. Este discurso, que demoniza el vapeo, ciega las posibilidades de salvar a su hijo del riesgo más letal: el tabaquismo.

Lo que comenzó como una cruzada para erradicar el tabaco —hace décadas una de las mayores amenazas para la salud pública— ha derivado en una batalla errática y mal calibrada contra los dispositivos de vapeo, que son justamente la alternativa de menor riesgo al tabaquismo. 

Los productos de reducción de riesgos y daños que no pertenecen a la industria farmacéutica han quedado definitivamente envueltos en un manto de desinformación, alarmismo y estigmatización. En un supuesto intento de proteger a los jóvenes, se ha optado por demonizar estas herramientas que correctamente reguladas podrían formar parte de una estrategia efectiva de reducción de los muchos problemas de salud vinculados al tabaquismo. En cambio, han sido transformadas en un nuevo problema mal comprendido.

¿Qué nos dice la demonización del vapeo sobre la sociedad?

La estigmatización del vapeo es un síntoma de una sociedad que tiende a actuar, por un lado, bajo el principio del goce prohibido mientras, por otro lado, estimula a todos los otros goces.

Al estigmatizar el vapeo, las políticas no solo ignoran su potencial para reducir los daños, sino que también refuerzan el atractivo del acto mismo de consumir, alimentando la pulsión transgresora de los jóvenes. Lo prohibido se torna deseable precisamente por su exclusión y este principio parece operar claramente con el crecimiento de los mercados ilegales en todo el mundo.

Los datos recientes del Monitor de Salud Juvenil 2023 en los Países Bajos muestran que el uso del vapeo entre jóvenes de 12 a 16 años se ha cuadruplicado en los últimos cuatro años, mientras que el tabaquismo tradicional ha mostrado una disminución general en el mismo periodo. Esto plantea preguntas importantes sobre cómo abordar los riesgos relativos. Aunque pueden parecer alarmantes y una señal de alerta, estas cifras demandan un análisis sereno y contextualizado, no alarmista.

Demonizar el vapeo como un enemigo absoluto oscurece un hecho crucial: en la mayoría de los casos, este hábito reemplaza al más letal de los consumos: el tabaquismo tradicional, que continúa cobrando millones de vidas cada año y es una amenaza persistente pero relegada al olvido en un discurso público que prefiere polarizar y desviar el debate.

La reducción de daños como camino necesario

Frente a este panorama, la reducción de daños no debe ser vista como una rendición, sino como una estrategia pragmática y necesaria en un mundo donde las soluciones ideales a menudo son cada día más inalcanzables. El vapeo, aunque no exento de riesgos, ha salvado vidas al ofrecer a millones de fumadores adultos una alternativa significativamente menos dañina que los cigarrillos tradicionales. Confundir estas dos realidades, como hacen muchas campañas antivapeo, erosiona las posibilidades de un debate honesto y basado en evidencia científica.

Una buena política sanitaria podría considerar al vapeo como un “objeto transicional” que podría ayudar al fumador a separarse del cigarrillo. Este objeto, aunque no ideal, permite al sujeto negociar con su dependencia en un marco menos dañino, abriendo la posibilidad de un paso posterior hacia conductas más constructivas.

Pero el verdadero problema radica en el enfoque equivocado de las campañas de desinformación, que priorizan el miedo sobre la educación y no diferencian entre el uso responsable y el uso descontrolado. Estas iniciativas fallan en entender los comportamientos de los adolescentes y no abordan las razones que los llevan a buscar estas sustancias.

El deseo del hijo queda atrapado en un circuito repetitivo de satisfacción y frustración donde el objeto (ya sea el vapeo o el cigarrillo) nunca satisface del todo, dejando intacto el vacío que intentaba llenar. Sin un marco regulatorio adecuado y sin un esfuerzo educativo consistente, este ciclo está destinado a perpetuarse. 

En lugar de estigmatizar el vapeo, los esfuerzos deberían dirigirse hacia una regulación inteligente que restrinja el acceso de los no usuarios, pero que permita a los fumadores beneficiarse de su potencial para reducir daños. 

En la solitaria lucha moral de las familias, la reducción de daños se percibe como una trampa. Esta paradoja pone de manifiesto la urgencia de un enfoque integral y basado en evidencia para abordar el tema. Regulación sensata, educación pública efectiva y apoyo accesible son herramientas indispensables para transformar un panorama en el que las familias deben enfrentarse solas a decisiones tan desgarradoras.

En el cierre del relato, el hijo adolescente abandona el vapeo solo para caer en el consumo de cigarrillos con la promesa de dejar también este hábito en un futuro cercano. Aunque la familia siente cierto alivio, la satisfacción está lejos de alcanzarse. Esta transición,que para nada es una victoria, refleja el vacío en las políticas públicas y el costo social de las campañas antivapeo mal concebidas. Dejar el vapeo para caer en los cigarrillos tradicionales es un cambio a un escenario muchísimo peor: la dependencia sigue presente, pero ahora en su forma más letal.

El futuro más que incierto para las generaciones jóvenes

La verdadera pregunta no es cómo erradicar el vapeo, sino cómo diseñar políticas públicas equilibradas que permitan reducir los daños asociados al tabaquismo. Regular el acceso al vapeo para adolescentes, educar a las familias sobre sus riesgos y beneficios y fomentar un uso responsable entre fumadores adultos son pasos concretos hacia un futuro donde las decisiones estén guiadas por la evidencia y no por el alarmismo.

El futuro que estamos construyendo para estas generaciones está marcado por contradicciones. Por un lado, existe una cruzada por lograr la «generación libre de humo» que carece de herramientas realistas y basadas en evidencia; por otro lado, es alarmante la indiferencia frente al hecho de que las decisiones apresuradas y mal informadas pueden empujar a los jóvenes hacia hábitos mucho más mortales. 

La batalla contra el tabaquismo ha cambiado de forma y nuestras estrategias y narrativas también deben transformarse. Si no enfrentamos este desafío con honestidad, empatía y pragmatismo, corremos el riesgo de encerrar a los jóvenes en un ciclo de dependencia que, lejos de extinguirse, se perpetuará con nuevas máscaras, dejando como legado un vacío moral y de salud pública que podría haberse evitado.


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