CoSTED

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Un ensayo clínico británico quiso responder a una pregunta improbable: ¿puede un kit de vapeo, entregado en la sala de espera de un hospital, salvar vidas y dinero público?

La mujer llevaba treinta y ocho minutos esperando en una silla de plástico, las manos hundidas en los bolsillos de un abrigo empapado. Afuera, Norwich se deshacía en una llovizna fina; adentro, el aire se espesaba con desinfectante, café rancio y el murmullo eléctrico de monitores y voces gastadas. Se llamaba Lorraine —o así la nombraremos— y fumaba desde los dieciséis, como si cada cigarrillo hubiera sido un nudo en la cuerda invisible de su memoria. Había llegado para acompañar a un amigo con un esguince, pero pronto se convirtió en parte de otra lista de pacientes: aquellos que, en medio de la espera, serían invitados a imaginar una vida sin humo.

Un hombre con chaleco azul —la acreditación de la Unidad de Ensayos Clínicos de Norwich balanceándose sobre el pecho— se le acercó con un gesto que mezclaba la cortesía entrenada y la urgencia del protocolo.

—¿Fumas? —preguntó, con un tono donde la curiosidad se afinaba en costumbre.

En el bolsillo llevaba lo que, para un observador distraído, podría ser un bolígrafo grueso y elegante. No lo era. Era un DotPro, una máquina pequeña capaz de transformar líquido en vapor… y, a veces, rutinas en historias de abandono.

La mirada atenta no prometía milagros. Ofrecía, más bien, una posibilidad calibrada: un consejo breve, de no más de quince minutos, un kit DotPro con once cápsulas —tres de tabaco, cuatro de frutos rojos, cuatro de mentol, todas a 20 mg/ml de nicotina— y una derivación electrónica al servicio público local de cesación (Stop Smoking Services). Lorraine, cansada de la tos que inauguraba cada mañana y del cálculo íntimo —«uno más y después sí»—, aceptó la conversación. Era una entrada. Y a veces basta con una rendija para que entre el aire.

Lorraine no lo sabía, pero ese gesto —la puerta entreabierta en medio del caos— era el núcleo de un ensayo clínico británico conocido como CoSTED (Cessation of Smoking Trial in the Emergency Department). 

No es casual que el ensayo naciera en urgencias: es un recordatorio de que el sistema sanitario puede ser, en un mismo acto, dique contra el daño y laboratorio social.

Quiénes, qué, cuándo, dónde… y por qué

El ensayo no nació en un laboratorio silencioso, sino en un mosaico de salas de urgencias donde el tiempo nunca alcanza. Fue concebido y dirigido por Ian Pope, de la Universidad de East Anglia, junto con Caitlin Notley, Felix Naughton, Lucy Clark, Allan Clark, Emma Ward, Pippa Belderson, Susan Stirling, Steve Parrott, Jinshuo Li, Timothy Coats, Linda Bauld, Richard Holland, Sarah Gentry, Sanjay Agrawal, Benjamin Bloom, Adrian Boyle, y M. Geraint Morris.

La Unidad de Ensayos Clínicos de Norwich orquestó el reclutamiento y la logística, en colaboración con seis hospitales: Hospital Universitario de Norfolk y Norwich, Hospital Real de Londres, Hospital Universitario de Homerton, Hospital Real de Leicester, Hospital de Addenbrooke y Hospital Real de Edimburgo.

El trabajo de campo se desarrolló entre enero y agosto de 2022, con un seguimiento de seis meses, y fue financiado por el Programa de Evaluación de Tecnologías Sanitarias del Instituto Nacional de Investigación en Salud y Atención (NIHR por sus siglas en inglés).

Los resultados, publicados en Health Technology Assessment en 2025, buscaban responder una pregunta tan simple de formular como difícil de poner en práctica: ¿puede una intervención breve y un kit de cigarrillo electrónico, entregados en el instante fortuito de una visita a urgencias, alterar el rumbo del tabaquismo en personas que rara vez buscarían ayuda por iniciativa propia?

Resultados que abren rendijas

Entre el invierno y el verano de 2022, 972 personas que fumaban a diario —pacientes y acompañantes elegibles— fueron asignadas al azar. La mitad recibió lo que el NHS llama signposting: un folleto con la información de los servicios locales para dejar de fumar y la invitación a ponerse en contacto. La otra mitad, como Lorraine, salió con un DotPro y sus once cápsulas, un consejo individual de hasta quince minutos —a veces estirado a veinticinco— y una derivación electrónica directa a esos servicios especializados.

Tres años después, los resultados aparecieron publicados bajo el título “Cessation of smoking in people attending UK emergency departments: the COSTED RCT with economic and process evaluation”. Para el ojo no entrenado podrían parecer modestos: un 7,2 % de quienes recibieron el kit seguían sin fumar a los seis meses —abstinencia continua, validada por monitores de monóxido de carbono— frente a un 4,1 % en el grupo del folleto. Una diferencia de 3,3 puntos porcentuales, con un riesgo relativo de 1,76 y un número necesario a tratar de treinta.

En salud pública, donde cada punto porcentual puede traducirse en miles de vidas prolongadas y millones de libras ahorradas, ese margen deja de ser una nota al pie para convertirse en una rendija por la que entra aire nuevo. Y más aún cuando, al suavizar la exigencia a “abstinencia de siete días”, la brecha se ensanchó: 23,3 % frente a 12,9 %, con un número necesario a tratar cercano a nueve.

Los investigadores, con Ian Pope al frente, no ofrecían milagros. Sabían que las salas de urgencias no están diseñadas para dejar de fumar, que verificar bioquímicamente a domicilio es complicado y que los cigarrillos electrónicos siguen flotando en una mezcla de sospechas y entusiasmos. Pero en un país donde el tabaco se concentra cada vez más en los barrios con menos renta y menos voz, aprovechar ese instante suspendido en la sala de espera podía ser —decían— una forma pragmática de cerrar la brecha.

Claro que los autorreportes son generosos. Pedir a alguien que vuelva, meses después, para soplar en un monitor portátil de monóxido de carbono es pedir mucho. Por eso, el análisis se hizo con el criterio más severo: todo participante que no completó el seguimiento fue contado como fumador. Y aun así, los márgenes se mantuvieron.

La intervención que recibió Lorraine seguía un guión preciso. Un consejo breve, anclado al motivo de consulta: la herida cicatriza mejor, la respiración se aligera, el pulso se calma. Un DotPro, elegido tras consultas públicas por su facilidad de uso, su entrega estable de nicotina y su precio. Una derivación electrónica que encendía la maquinaria: llamadas posteriores y, en muchos casos, acceso gratuito a tratamientos sustitutivos de nicotina.

El kit costó 23,15 libras esterlinas —menos que una radiografía simple; el coste total medio de la intervención, unas 48 libras por persona—. La evaluación económica calculó un ICER (relación costo-efectividad incremental) de 7.750 libras por QALY (año de vida ganado ajustado por calidad), con un 71 % de probabilidad de ser costo-efectiva según los umbrales que usa el NHS, que suelen aceptar intervenciones de hasta 20.000–30.000 libras por QALY. 

Eso quiere decir que, por cada año de vida saludable adicional que se obtiene gracias a la intervención —comparada con la atención habitual—, el coste es muy inferior al máximo que el sistema sanitario británico está dispuesto a pagar.

En otras palabras: no solo funciona, sino que lo hace a un precio que la política pública considera una buena inversión.

Y el modelo a largo plazo —una proyección que estima beneficios y costes durante toda la vida de la persona— dibujaba un horizonte aún más favorable, porque cada abandono del tabaco reduce el riesgo de múltiples enfermedades caras de tratar.

Un lugar donde todos llegan

Los pasillos de urgencias son, por estadística, un mapa del país. En Inglaterra se registran más de veinticuatro millones de visitas al año; los flujos de pacientes componen una sociología propia. Quien acude con frecuencia no suele llegar solo con el dolor o la herida: trae, colgado del hombro invisible, el peso callado de las desigualdades.

En esos corredores, el tabaco no es únicamente un hábito: es un marcador social, una biografía comprimida. Por eso la pregunta que impulsaba a CoSTED era menos técnica de lo que parece: ¿se puede aprovechar ese tiempo suspendido —la espera de una radiografía, el paréntesis antes de una sutura— para introducir un desvío en la trayectoria de un fumador?

El diseño respondió con pragmatismo obstinado.

La aleatorización individual 1:1 —asignar a cada persona, al azar, a uno de los dos grupos del estudio en la misma proporción— garantizó que las comparaciones fueran justas y que las diferencias observadas pudieran atribuirse a la intervención y no al azar.

Los criterios amplios de inclusión permitieron sumar a cualquier adulto que fumara a diario y mostrara una concentración de monóxido de carbono exhalado igual o superior a 8 partes por millón (ppm) en el cribado, una señal objetiva de consumo reciente de tabaco.

Las exclusiones sensatas evitaban casos que complicarían o pondrían en riesgo la intervención: personas con urgencia médica inmediata, bajo custodia policial, con alergia a la nicotina, usuarios diarios de cigarrillos electrónicos o incapaces de dar su consentimiento informado.

La logística también fue política.

Los asesores —enfermeras, personal de investigación o auxiliares— fueron cedidos temporalmente al proyecto y recibieron una formación estandarizada para que la intervención se realizara igual en todos los lugares. Ese entrenamiento incluía el manual TIDieR (una guía internacional que detalla cómo describir e implementar intervenciones de salud), 2,5 días de capacitación práctica y módulos en línea del NCSCT (el Centro Nacional para la Formación en Cesación de Tabaco del Reino Unido). La idea era evitar que cada uno aplicara un estilo personal y así asegurar que el “experimento” fuera el mismo en Norwich que en Londres.

En los detalles más humildes —un bolso de tela de £1,47, un folleto de 39 peniques, un medidor portátil de monóxido de carbono— se cifraba una filosofía del servicio público británico: hacer mucho con poco y hacerlo igual para todos.

Una política que cabe en un bolsillo

El DotPro cabe en un bolsillo; lo que CoSTED intentó guardar ahí fue una política entera. Se trata de un sistema tipo pod, recargable con cápsulas desechables, elegido tras consultas con pacientes y público por su facilidad de uso, su entrega constante de nicotina, su satisfacción de usuario y su precio accesible. Llegaba en tres sabores: tabaco, para quien necesita el simulacro; frutos rojos, para tomar distancia; mentol, para quienes buscan limpieza. El fabricante, Liberty Flights, no participó en el diseño del estudio ni en el análisis de los datos. Y la concentración de 20 mg/ml no es un capricho: busca sofocar, desde el primer día, el incendio de la abstinencia.

Fuera de la sala de espera, el debate sobre el vapeo sigue cargado de ideología. La revisión Cochrane de 2024, actualizada en 2025, es tajante: evidencia de alta a moderada certeza de que los cigarrillos electrónicos con nicotina ayudan más a dejar de fumar que la terapia sustitutiva clásica. El ensayo de Hajek en 2019, en la Revista de Medicina de Nueva Inglaterra, ya lo había mostrado. CoSTED no compite con esos estudios; los traduce a un escenario turbulento, sin cita previa, donde el tiempo y la disposición rara vez coinciden.

El 3,3 % de diferencia verificada a seis meses podría sonar a un susurro. Pero en salud pública, los susurros cambian mareas. Y CoSTED demostró que no hace falta un arsenal para mover la aguja: un dispositivo de 23,15 libras esterlinas, una bolsa de tela barata, media hora de conversación y una llamada de seguimiento pueden comprar años de vida de forma eficiente.

No siempre. No para todos. Pero lo suficiente como para justificar que el experimento se repita, se escale y se mida otra vez.


Todo ensayo es tan sólido como su capacidad para contarse la verdad, y CoSTED lo hace sin adornos. No hubo cegamiento: era imposible disfrazar un dispositivo que se entrega en mano. La verificación bioquímica fue limitada: conseguir que alguien, meses después, sople en un monitor portátil de CO es pedir mucho, y menos verificaciones significan más incertidumbre. El grupo de control fue “activo”: incluso un simple folleto con contactos puede influir, reduciendo la diferencia frente a un control nulo. Y el tiempo de seguimiento fue de seis meses, no doce; la estabilidad del abandono, recuerdan, se consolida con más tiempo.

Pese a todo, el análisis por intención, la imputación conservadora (perdidos = fumadores) y los análisis de sensibilidad sostienen las conclusiones sin alardes. Rigor sin triunfalismo: una combinación rara y quizá por eso valiosa.

El hallazgo más interesante de CoSTED tal vez no sea qué se ofrece, sino dónde. La sala de urgencias es un espacio liminal: un paréntesis en el que la vida se vuelve explícita. Ese momento oportunista —la espera de una radiografía, una conversación en una sala lateral— completa el círculo de una idea antigua: la salud pública es el arte de aparecer en los cruces.

No se trata de convertir urgencias en un consultorio de hábitos, sino de usarla como frontera: allí se intercepta a personas que, por iniciativa propia, jamás entrarían en un servicio de cesación. Allí se intercepta, además, a quienes más pagan la factura del tabaco: barrios donde el humo es más denso, trabajos sin pausas largas, vidas comprimidas en las que el cigarrillo es un alivio breve y asequible.

En esa geografía desigual, un bolso de tela con un dispositivo dentro puede ser más que un gesto: puede ser un punto de inflexión invisible en una estadística.

Ese gesto mínimo, repetido cientos de veces, conecta con una conversación más amplia: la de lo que ya sabemos —y lo que todavía falta— sobre cómo y dónde funcionan las intervenciones para dejar de fumar.

Nada en CoSTED contradice lo que la literatura científica ya había insinuado. Sabíamos que las intervenciones oportunistas pueden funcionar si están financiadas, organizadas y bien entrenadas. Sabíamos, por metaanálisis, que los cigarrillos electrónicos con nicotina superan a la terapia sustitutiva clásica en varios escenarios clínicos. Y sabíamos que la desigualdad atraviesa el tabaquismo de lado a lado, concentrando la prevalencia en los quintiles más pobres.

La aportación de CoSTED no es romper paradigmas, sino trasladarlos: llevar la evidencia de un laboratorio controlado a un pasillo que nunca se detiene, integrar en un único paquete el ensayo pragmático, la economía de la salud y la evaluación cualitativa del proceso. En otras palabras, no es una prueba de laboratorio, es una prueba de pasillo.

Ese cambio de escenario es más que logístico: es cultural. Significa demostrar que la ciencia puede adaptarse a la coreografía de un lugar donde la urgencia no es la excepción, sino el estado natural.


Pero ningún resultado vive solo de su brillo. Para que una intervención funcione fuera del ensayo, hay que escribir —y cumplir— su letra pequeña. La belleza de un resultado —esa pequeña puerta que se abre en medio del caos— exige una letra pequeña igual de honesta si quiere traducirse en política sanitaria real.

DotPro y consumibles: ¿Quién compra el dispositivo? ¿Quién repone las cápsulas? ¿Cuánto cuesta garantizar que, tras el alta, el paciente no se quede con un aparato inservible? En CoSTED, el kit inicial estaba asegurado; el futuro requiere un sistema de reposición sostenible.

Personal y turnos: El ensayo funcionó porque contó con asesores dedicados, extraídos de sus rutinas clínicas y formados para la tarea. Convertirlo en práctica habitual implica plantillas reforzadas y tiempo protegido para que el consejo no sea una nota al margen.

Seguimiento y verificación: Medir el monóxido de carbono fuera del hospital es casi un arte imposible. Si se quiere robustez a 12 meses, habrá que explorar dispositivos remotos, biomarcadores alternativos o alianzas con la atención primaria.

Derivación viva: No basta con un clic que envía el nombre a los servicios para dejar de fumar. La primera llamada, el tono de la voz al otro lado y la calidad del apoyo recibido son, en la práctica, la mitad del efecto.

En resumen, CoSTED no solo probó un kit, probó un modelo de implementación. Y como todo modelo, su fuerza dependerá de si el NHS decide invertir no solo en dispositivos, sino en las manos, los minutos y las llamadas que lo hacen funcionar.


Volvemos a Lorraine: personaje compuesto que destila el realismo casi mágico de las voces de pacientes y los patrones observados en la evaluación de proceso. En su relato, la urgencia fue un lugar improbable para empezar. El dispositivo no fue “un premio”, sino una muleta; el asesor, una presencia sin juicios morales. A los seis meses, Lorraine no era un caso de manual ni una historia de redención perfecta: seguía en el mismo barrio, con el mismo trabajo y las mismas tensiones. Hubo recaídas, sí; días en los que la bolsa con el DotPro quedó olvidada en una estantería, silencios prolongados y una llamada que llegó justo cuando debía. Pero también había días —cada vez más— en los que el encendedor quedaba relegado al fondo de un cajón y el aire de su cocina no olía a nada. No era una postal de autoayuda. Era, simplemente, menos humo.

En el fondo, de eso trata CoSTED: de instalar posibilidades normalizadas en lugares no pensados para la prevención. De asumir que la perfección metodológica no cabe en un pasillo de urgencias y, aun así, confiar en que la evidencia sea lo bastante sólida como para mover presupuesto, formar personal y encender un comienzo.

El futuro que cabe en una bolsa de tela

Los autores recomiendan lo que cualquier clínico sensato suscribiría: seguir. Repetir la prueba con una verificación más robusta, ampliar el seguimiento a doce meses, experimentar en otros entornos clínicos y ajustar la escala a los recursos reales del sistema.

Quizá la polémica sobre el vapeo nunca se disipe. Ninguna tecnología es neutral. Pero hay preguntas que no admiten demora: ¿qué hacemos hoy, con lo que ya sabemos, para reducir el daño allí donde más duele?

La respuesta de CoSTED no es épica ni definitiva. Es, sobre todo, aplicable. Y en tiempos de presupuestos tensos, eso ya es una forma de esperanza: una bolsa de tela, un dispositivo recargable, media hora de conversación… y la posibilidad de que, en algún pasillo de urgencias, alguien decida que ese cigarrillo será el último.

Referencia

Pope I, Clark LV, Clark A, Ward E, Belderson P, Stirling S, et al. Cessation of smoking in people attending UK emergency departments: the COSTED RCT with economic and process evaluation. Health Technol Assess 2025;29(35). https://doi.org/10.3310/JHFR0841


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