Vapeo: delito por instrumento

Fecha:

«Ni en los momentos más brumosos del prohibicionismo se había planteado penalizar al consumidor por el instrumento de consumo. Es como si alguien propusiera castigar con prisión el uso de copas para vino. O de jeringas para medicamentos».

El domingo, 4 de octubre, por motivos que no vienen al caso, fui al Museo Tamayo. No por voluntad propia —nadie elige ir a “iterar” en domingo—, sino porque a mi cómplice de expedición por Chapultepec le interesaba ver una instalación de Óscar Murillo titulada Espíritus en el Pantano. El título ya prometía.

En el centro de una gran sala blanca, Murillo colocó telas negras —viejas, arrugadas, colgantes, cenicientas— acompañadas de pilas de crayones del mismo color, con la consigna de que el público participara “borrando” lo previamente dibujado. No es metáfora: la obra invita literalmente al gesto de tachar. O, como dice la cédula de sala, a “contribuir con gestos de borrado”, en “una oda tanto al borrado como a la creación, a la vista y a la ceguera, así como al consumo y la pureza”. Vaya abrumadora acumulación de contrarios.

En fin. Frente al gesto espiritual del borrado, decidimos participar con el nuestro. Como ambos hemos trabajado en temas de política de drogas, y como los crayones negros estaban ahí para usarse, escribimos, con energía y entusiasmo, una consigna clara, alta, inequívoca: ¡Vivan las drogas! Con mi estatura y un poco de ayuda de las telas apiladas, logré treparme y escribirlo lo más alto posible. Un modesto acto participativo en medio del pantano conceptual.

Recorrimos el resto del museo. Y al regresar, ya casi de salida, pasamos nuevamente por la instalación. Para nuestra sorpresa, alguien ya había ejercido su derecho al borrado espiritual: nuestra frase había sido tachada. Y no sólo eso: sobre ella, con trazo más firme, alguien escribió ¡Dios no ha muerto!

No exagero si digo que la sala estaba cubierta de obscenidades, frases amorosas, dibujos libidinosos, nombres de parejas y groserías con y sin ingenio. Pero ninguna de esas intervenciones mereció la censura fervorosa de otro visitante. Solo nuestra frase sobre las drogas provocó la reacción inmediata. El “¡Vivan las drogas!” resultó más perturbador que los dibujos fálicos. Como si celebrar el uso de sustancias fuera más ofensivo que celebrar al pene.

No haré aquí ninguna correlación espuria. La anécdota no prueba nada. Pero es un buen reflejo de algo que sí es estructural: el rechazo profundo, automático, visceral, casi religioso, que buena parte de la sociedad mexicana experimenta frente a las drogas. Un rechazo que no requiere argumentos ni evidencia, porque está incrustado en lo más hondo del mapa mental compartido. Se considera natural. Y todo lo que lo cuestione, incluso con crayón, se vive como herejía.

Por eso no sorprende que nadie haya levantado la voz cuando se metió en la Constitución una prohibición a los llamados vapeadores. Ni extraña que ahora, con la iniciativa de reforma a la Ley General de Salud, el Congreso se prepare para criminalizar no sólo su venta, sino también su posesión y compra. Lo repito para que no se pierda en la bruma conceptual: quieren poner en la ley que portar un dispositivo para vaporizar cualquier sustancia sea delito, incluso si la sustancia es legal.

Así quedará la cosa: puedes traer cinco gramos de cannabis en la bolsa —eso sigue tolerado—, pero si también traes un vaporizador para consumirla, ya te pueden detener. Bienvenidos a la lógica penal del nuevo régimen.

La iniciativa es clara en su despropósito. No distingue si el vaporizador contiene tabaco, mariguana, CBD o nada. No distingue si el aparato es para consumo recreativo o terapéutico. No exige que exista afectación a terceros. No incorpora ninguna lógica de salud pública. Lo prohíbe todo. Y propone cárcel.

Ni en los momentos más brumosos del prohibicionismo se había planteado penalizar al consumidor por el instrumento de consumo. Es como si alguien propusiera castigar con prisión el uso de copas para vino. O de jeringas para medicamentos. Pero en este país ya no se legisla con argumentos. Se legisla con epifanías.

Y hay que decirlo con todas sus letras: esta cruzada contra los vapeadores es puramente ideológica. No se basa en evidencia. No responde a un problema de salud identificado. No busca reducir daños. Es una muestra de fuerza simbólica: la del Estado que castiga el placer en nombre de la pureza. Un gesto de borrado moral, al estilo Murillo, pero con Código Penal en la mano.

Gran Bretaña, por ejemplo, lleva años promoviendo los vapeadores como alternativa al cigarro, con control de calidad, regulación estricta y supervisión médica. Aquí, en cambio, se opta por el prohibicionismo carcelario. No hay espacio para el matiz. Ni siquiera para la regulación. Se decide que todo vapeador es una amenaza. Y se lanza el aparato represivo del Estado contra el objeto.

Lo más grave no es que se prohíba. Es que se normaliza la idea de que eso es gobernar. Que criminalizar el dispositivo de consumo es una política aceptable. Que escribir delitos en la ley es equivalente a enfrentar un problema social. No importa si el resultado es absurdo o dañino. Importa que parezca firme.

Volviendo a la instalación del Tamayo, el episodio fue revelador. El museo ofrece crayones para borrar. Pero hay cosas que no deben escribirse. El arte se presenta como espacio abierto, pero con zonas sagradas. La ley se anuncia como instrumento racional, pero opera como dogma. La Constitución se reforma para ajustarse a impulsos punitivos. Y la política de drogas se redacta con la misma cera negra con la que alguien censuró nuestro “¡Vivan las drogas!”.

Hay un hilo que conecta todo eso: la intolerancia al disenso. La incapacidad institucional para imaginar soluciones fuera del castigo. Y la facilidad con la que se convierten los prejuicios en política pública.

Si algo se está iterando en México, no es el arte participativo. Es la regresión autoritaria con lenguaje progresista. Se criminaliza lo que incomoda, se borra lo que suena raro, se legisla lo que no se entiende. Y todo se presenta como un acto de cuidado, de moral pública, de salud. Una oda al borrado, al consumo y a la pureza.


Este es un articulo original. Las opiniones expresadas en este articulo son responsabilidad exclusivas del autor. Si encuentra algún error, inconsistencia o tiene información que pueda complementar el texto, comuníquese utilizando el formulario de contacto o por correo electrónico a redaccion@thevapingtoday.com.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Share post:

spot_img

Popular

Artículos relacionados
Relacionados

¡Prohibicionistas por los derechos humanos!

Tobacco control ha escrito un artículo desternillante que se...

¿Un Gran Hermano antitabaco en España? Los riesgos de la denuncia ciudadana

Una ley antitabaco en España podría convertir terrazas y...

La nube que se disuelve

Por qué prohibir el vapeo en espacios abiertos es...

Prohibición: las lecciones que nunca aprendemos

La innecesaria guerra de Australia contra la nicotina prende...