Microensayo por el derecho a fumar, vapear, reflexionar, dudar y exigir a la ciencia que evite la intolerancia y se guíe por los ideales de justicia y respeto a las diferencias.
El poeta y traductor brasileño Mario Quintana (1906-1994) habló en cierto momento sobre el arte de fumar: “desconfíe de los no fumadores: estos no tienen vida interior, no tienen sentimientos. Los cigarrillos son una forma sutil y disfrazada de suspirar”.
Como la ciencia, la poesía también busca, en cierto sentido, comprender la naturaleza humana, pero de una forma mucho más desembarazada y cercana a su propia complejidad y polisemia. En aquellos ya lejanos tiempos del siglo XX, la oración del poeta utilizaba la figura del acto de fumar para hablar entre otras cosas de salud y bienestar. Pero lejos de ser una apología al tabaquismo, la frase poética de la página 27 de su libro Zapato Floreado (1948) de hecho arriesga exponer nuestra propia humanidad, o ilustra por qué uno tiene determinados comportamientos mundanos y comunes, o por qué todos, sin excepción, consumimos placentera y tranquilamente algo que sabemos que puede hacernos daño.
No todos fuman porque son dependientes o adictos. En una breve búsqueda sobre los motivos que lleva las personas a fumar, fácilmente se encuentran frases como “me ayuda a pensar”, “alivia la ansiedad”, “me es placentero”, “no lo sé, es como darse una pequeña pausa en el cotidiano e irse al interior de uno mismo”, me dijo por teléfono uno de mis pocos conocidos que todavía fuma. Cada calada tiene su historia.
Quintana fue un fumador empedernido durante su larga vida, desde los 14 hasta los 82 años, cuando dejó el tabaco por la misión de llegar a los 94 y presenciar la entrada del siglo siguiente “para emborracharse con Helena”, su enfermera particular de muchos años. Dijo que, durante los tres años que estuvo sin fumar, solo fumó un cigarrillo por «enfado» cuando Fernando Collor de Mello fue elegido presidente. Le faltaba todavía pasar por cinco fríos mayos más en el sur de Brasil, donde vivía para lograr su objetivo, pero una infección intestinal lo llevó a la muerte en 1994.
¿Por qué fumamos?
Los motivos que llevan a las personas a comportamientos y hábitos que traen riesgos o daños a sus vidas y cuerpos es motivo de reflexión y cuestionamientos desde hace siglos. De hecho, los humanos parecen no temer los daños y riesgos conocidos; lo que de verdad les aterra es la incertidumbre, lo desconocido. Quintana sabía de los daños de fumar, así como sabía que no bailaría como Astaire o que no parecería tan sexy como Bogart por fumar sus cigarrillos.
Nos esforzamos centenares de años en aprender a calcular, medir y gestionar las posibilidades de riesgos y daños. Los manuales de psicología dicen que esta acción es algo atávica y que todos la ejercitamos, la mayoría de las veces de modo automático. Pero cuando tenemos que lidiar con las incertidumbres, con lo mínimo desconocido, y, por ello, con lo imprevisible, nuestra mente salvaje puede emitir señales mucho más fuertes que las culturales, históricas y cargadas de deseo por experiencias que nos llevan adelante. La comprensión del mundo es un importante paso civilizatorio. De ahí también la relevancia de otorgar a la ciencia un papel primordial dentro del mundo político y social.
Quintana no temía la muerte. Comprendía e ignoraba los daños; fumaba por enfado o hasta sin motivo aparente. En una entrevista llegó a decir que encendía un pitillo cuando pensaba en Bruna Lombardi, su bella musa. Se fuma por amor platónico también.
Por otro lado, la ingenuidad de creer que tenemos control total sobre todo lo que nos afecta también es humana, como también está en la naturaleza humana creer que podemos predecir y hasta cierto punto controlar lo que va a suceder. También la ambigüedad es parte de la humanidad, así como la noción de que tanto el mundo social como el natural no son completamente incognoscibles. Consumir drogas como la cocaína, el alcohol, la heroína o la nicotina activan un mismo sistema cerebral básico de recompensas: la vía mesolímbica de la dopamina. Enamorarse también.
No hay problema desconocido en relación con acto de fumar. Todos conocemos los daños y riesgos asociados con el consumo de cigarrillos: la posibilidad de contraer enfisema, cáncer de boca, faringe, esófago, laringe, pulmón. La estadística también señala este daño y advierte que dos de cada tres fumadores probablemente tendrán una muerte prematura, en un final de vida abreviado, desagradable y muy doloroso.
Si busca en Google la pregunta «¿Por qué la gente fuma?» tendrá en 0,86 segundos unos 880 millones de resultados. Aliviar el estrés, controlar las emociones, simplemente por placer o para socializar son las respuestas más frecuentes. Entre muchas razones culturales y rituales hay una que se destaca, que anula a todas las demás, y es una respuesta lógica, casi unánime: la gente fuma porque le gustan los efectos de la nicotina.
Un científico excepcional
El muy reconocido y citado psiquiatra y científico de salud pública sudafricano Michael Russel es dueño de una famosa y sabia frase: “La gente fuma por la nicotina, pero muere por el alquitrán”. De hecho, Russell fue todavía más preciso: «No es la nicotina lo que mata a la mitad de todos los fumadores a largo plazo, es el mecanismo de entrega», dijo en su famoso artículo “El futuro del reemplazo de nicotina” publicado en 1991, el mismo año que en el otro lado del charco, en el sur de Brasil, un poeta dejaba de fumar, muy probablemente sin haber leído jamás algún artículo de Russel.
Las investigaciones de Michael Russell han generado conclusiones de vanguardia. Gracias a ellas surgieron la red de servicios públicos de apoyo para dejar de fumar y la acertada creencia en la efectividad y eficacia de intervenciones integradas y no farmacológicas. También de allí surgió la idea de que sistemas alternativos de suministro de nicotina recreativa deberían ser promocionados activamente entre los fumadores para ayudarles a dejar los cigarrillos: cambiar de método de suministro de nicotina.
Como todo pionero, Russell, que habría cumplido 90 años el pasado 9 de marzo, todavía no es integralmente comprendido por sus pares. Pero el tiempo está a su favor, y los datos, las experiencias empíricas y el avance científico lo traen al presente a cada rato, reviven y confirman sus postulados.
Fe en la ciencia
El método científico sigue siendo el mejor instrumento para intentar descubrir la verdad, y cuando un conjunto de evidencias se somete a pruebas rigurosas y genera hechos no nos queda otra salida que corregir los prejuicios, desmontar nuestras antiguas ideas, creencias y mitos. Deben prevalecer una mentalidad renovada y la comprensión de la realidad.
Los beneficios o perjuicios de cualquier sustancia siempre dependen directamente del uso que se haga de ella. Así mismo, la tecnología asociada y derivada de la ciencia puede jugar en nuestro favor. La morfina, por ejemplo, ayudó a aliviar el dolor que la humanidad sufrió por miles de años. De la cocaína también se derivaron importantes anestésicos. Y la nicotina, además de su bajo riesgo potencial para uso recreativo y de que proporciona sensaciones placenteras como la cafeína, es una sustancia prometedora dentro de la ciencia aplicada a la salud humana.
Actualmente, la ciencia sabe que la nicotina tiene numerosos beneficios posibles para mejorar la cognición, la memoria a corto plazo, la atención. También puede ayudar en la prevención de enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer, el síndrome de Tourette, o en el tratamiento de la esquizofrenia, de trastornos como el déficit de atención (TDAH), la ansiedad y la depresión.
Libertad y bienestar
Uno de los muchos legados de Russell es que podemos afirmar que si las personas fuman porque disfrutan los efectos de la nicotina, como Quintana, pueden hacerlo de una manera mucho más segura, en caso de que así lo quieran. El desarrollo tecnológico posterior a sus estudios ratifica sus ideas, pues el hecho es que aislar el consumo de nicotina del problemático método de combustión puede ser absolutamente beneficioso para dejar de fumar y para la salud de las personas.
Se mire el hábito de fumar o vapear como un romántico bailar ondulante del humo o del vapor en el aire o como un conjunto lamentable de cenizas, ningún efecto es más dañino que el prejuicio y el linchamiento moral. Fabienne, una suiza de 41 años autoproclamada adicta a los cigarrillos en una intoxicada intimidad con ellos, escribió en agosto de 2021: «Estoy aquí, frente a mí misma… el cigarrillo es un hermano constante, siempre presente, bien entintado en nuestros pulmones cuando la vida nos deprime, cuando el estrés se apodera de nosotros, cuando el aburrimiento se apodera de nosotros, cuando los sentidos se aburren, cuando el miedo nos invade, cuando la carencia es intolerable, cuando el hábito es insuperable… Este hermano fiel podría estar ahí hasta nuestros últimos momentos, en el aliento corto en nuestra cama de muerte«.
En oposición, Norman Mailer, en Picasso, Retrato del Artista Joven, nos da una pista de esa dualidad, eligiendo la vida: “Picasso, entregado a las 23:15 horas en la ciudad de Málaga, 25 de octubre de 1888, nació muerto. No respiró; tampoco lloró. La partera se dio por vencida y volvió su atención a la madre. De no haber sido por la presencia de su tío, el Dr. Salvador Ruiz, el infante quizás nunca hubiera cobrado vida. Don Salvador, sin embargo, se inclinó sobre el mortinato y exhaló humo de cigarro en sus fosas nasales. Picasso se agitó. Picasso gritó. Un genio cobró vida. Su primer aliento debe haber entrado en una ráfaga de humo, abrasador en la garganta, abrasador en los pulmones y mezclado con los estimulantes de la nicotina. No es injusto decir que el áspero espíritu del tabaco rara vez está ausente de su obra”.
De la imperativa imposición de la muerte a la vida de las opciones. De los cigarrillos combustibles a las alternativas sin humo, sin tabaco, menos riesgosas, menos dolorosas, más sabrosas, con olor a frutas y dulces, o con más espacio al oxígeno que proporciona la propia vida.
Tanto la poesía como la ciencia, al oponerse a una visión reduccionista, prejuiciosa, moralista y alarmista del consumo de cualquier sustancia, no necesariamente están haciendo una apología descontrolada del abuso de sustancias psicoactivas. ¿No es obligación de la ciencia, como principio y creencia en sí misma, negar los enfoques unilaterales, maniqueos, los juicios de valor, el sensacionalismo, las ideas reduccionistas, rechazando los mitos de ideales irrealizables de pureza y salud perfecta que traen más perjuicios que beneficios al mundo real, y buscar una aproximación objetiva y aireada a la complejidad del fenómeno del consumo y el comportamiento humano?
Lo que la poesía y la literatura ya hacen con toda naturalidad, la ciencia debe hacerlo con objetividad y distancia de cualquier dimensión ideológica. Cuestionar sus propias justificaciones, explicaciones, recomendaciones y argumentos. Como Fabienne o Mailer. Como Quintana y Russell.
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