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Reducir daños, no derechos: ¿qué evidencia aceptarían los prohibicionistas?

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La lucha contra el prohibicionismo debe enfocarse en promover una comprensión informada de la reducción de daños en el consumo de nicotina, destacando sus beneficios comprobados, así como la importancia de las libertades individuales y colectivas.

El prohibicionismo y el paradigma de la salud perfecta son utopías que ignoran la realidad y la evidencia científica. Ignoran también la complejidad y los matices de la salud pública, así como las realidades sociales y económicas de las personas. El costo del prohibicionismo se manifiesta en cómo, negando pruebas científicas, perjudica a los consumidores y a la sociedad en general. 

Varios países han mantenido una regulación prohibicionista de los productos de nicotina de riesgo reducido desde hace casi veinte años, mientras que otros se abstienen de cualquier tipo de regulación. Algunos ni siquiera han fijado una edad mínima para la compra. A pesar de estas disparidades en el acceso, la búsqueda y el consumo de productos de menor riesgo como alternativa a los cigarrillos combustibles sigue en aumento, y uno de los lugares principales para buscarlos es el mercado ilícito.

Desafortunadamente, la clandestinidad y el contrabando no solo generan violencia, sino que provocan condiciones sanitarias inadecuadas que ponen en riesgo la salud de las personas. Además, privan a aquellos que podrían beneficiarse de productos menos dañinos rigurosamente reglamentados, como los cigarrillos electrónicos y otras formas de consumo de nicotina sin combustión.

A pesar de ello, muchas autoridades mantienen discursos y posturas prohibicionistas, ignorando una creciente evidencia científica que respalda la reducción de daños como una estrategia eficaz de salud pública. Ante esta realidad, surge una pregunta fundamental: ¿Qué tipo de evidencia aceptarían los opositores como válida?

Para algunos, la resistencia a aceptar pruebas científicas parece inquebrantable. A pesar de numerosos estudios y testimonios que demuestran los beneficios de los productos de reducción de daños, los prohibicionistas persisten en su negativa. Esto plantea una cuestión lógica: si la evidencia no se acepta, ¿cómo se puede probar algo? Este dilema de escepticismo perpetuo implica que, para presentar una prueba, se necesita una prueba de que la prueba ha sido probada, y así indefinidamente, creando una barrera insalvable para la aceptación de nuevas evidencias.

¿Por qué los prohibicionistas niegan la evidencia y el debate? 

Al examinar las raíces del prohibicionismo, encontramos que muchas veces lo que se prohíbe puede parecer naturalmente prohibido debido a prejuicios culturales e históricos. Los hábitos y costumbres, buenos o malos, son relativos y varían según el contexto. Lo que hoy es visto como perjudicial, en otro tiempo o lugar, podría haber sido considerado aceptable o incluso beneficioso.

El caso de la nicotina es emblemático. Las drogas, ya sean lícitas o ilícitas, pueden tener múltiples efectos: curar, salvar vidas, proporcionar placer o causar daño. La industria farmacéutica produce drogas que se consumen legalmente en la mayoría de los países, al igual que el tabaco, el alcohol, el café, la hierba mate y el té. Sin embargo, la demonización lingüística y cultural de ciertas sustancias persiste.

Control y moralidad

Uno de los aspectos centrales del prohibicionismo es el control sobre el uso de sustancias, inicialmente bajo la influencia religiosa y luego comercial. Dicho control ha definido la aceptación de ciertas sustancias y la prohibición de otras en virtud de prejuicios étnicos e ideológicos. Esta dinámica ha llevado, por ejemplo, a la aceptación del alcohol y la prohibición de los alucinógenos, un paradigma que se mantiene casi religiosamente en el control médico y farmacéutico contemporáneo.

La industria farmacéutica se beneficia de la enfermedad, promoviendo la medicalización del comportamiento humano con el gigantesco beneficio económico de la venta de fármacos, fortalecida por estrategias de mercadotecnia. Vivimos en una sociedad donde hay medicamentos para todo: para la tristeza, el cansancio, el insomnio y hasta para mejorar la vida sexual. Cuando productos farmacéuticos rentables sustituyen a sustancias como el opio y la morfina, estas últimas son prohibidas.

La hipocresía de la prohibición

Prohibir el consumo de sustancias que no causan daños a terceros es como prohibir el derecho a tener una opinión disidente. El poder individual de decidir consumir algo de manera racional e informada, incluso si causa daño a la propia salud, es un derecho, no un crimen. La tradición de la libertad individual es un derecho político que ha separado el control moral religioso de la conducta privada. Sin embargo, la prohibición promueve la hipocresía y una moralidad superficial. Nadie deja de consumir algo prohibido mientras se siga produciendo.

Los prohibicionistas, en su convicción dogmática, actúan como agentes de intereses privados. Citan la ciencia cuando les conviene, pero su postura es más ideológica que científica. Al negar la ciencia y los hechos, defienden una utopía de salud perfecta, influenciada por intereses económicos. Cada vez más, vemos agentes públicos, políticos, juristas y comunicadores aferrados a estos dogmas, promoviendo intolerancias y convenciones sobre lo que se puede o no consumir.

El prohibicionismo, especialmente en el contexto de la nicotina, los cigarrillos electrónicos y ahora las bolsitas de nicotina, se presenta como una postura que ignora la evidencia científica en favor de prejuicios culturales, morales y agendas económicas. Su resistencia a aceptar pruebas que demuestran los beneficios de la reducción de daños perpetúa un ciclo de escepticismo y control que no solo es perjudicial para los consumidores, sino que va en contra de los principios de libertad individual y salud pública.

La lucha contra el prohibicionismo debe enfocarse en promover una comprensión informada y basada en evidencia de la reducción de daños en el consumo de nicotina, destacando sus beneficios comprobados, así como la importancia de las libertades individuales y colectivas.


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REDACCION VT
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