David contra Goliat: la guerra silenciosa por la salud pública

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Cómo la sociedad civil desafía los dogmas institucionales sobre la nicotina y el vapeo.

En toda época hay batallas que parecen imposibles. Algunas se libran con piedras contra armaduras; otras con ideas contra instituciones. 


Hoy, la disputa no ocurre en los campos de Judea, sino en el terreno de la salud pública. De un lado, un ciudadano que busca alternativas menos dañinas al tabaco. Del otro, un entramado de organismos internacionales, discursos morales y millones de dólares en financiamiento “filantrópico”.



La historia del vapeo y la reducción de daños es, en el fondo, la historia de cómo la sociedad civil desafía un nuevo tipo de poder: el del relato. Porque ya no se trata solo de ciencia, sino de quién tiene derecho a definir lo que es “salud” y lo que no.

El nuevo Goliat: burocracia institucional y filantropía con agenda

Durante décadas, la lucha contra el tabaco fue una causa justa. Pero el éxito de aquella cruzada convirtió a muchos de sus líderes en guardianes de la ortodoxia. La Organización Mundial de la Salud (OMS), que alguna vez fue un referente de neutralidad, hoy parece más un púlpito que un foro científico. Su narrativa, alimentada por el dinero y la influencia de fundaciones privadas como Bloomberg Philanthropies, ha mutado en un dogma: no hay alternativa segura al cigarrillo y quien la proponga conspira contra la salud pública.



Así, cada avance tecnológico que reduce el daño —del vapeo al tabaco calentado— se enfrenta a una maquinaria institucional que, en nombre de la pureza, prefiere condenar a millones de fumadores a seguir consumiendo cigarrillos antes que aceptar un cambio de paradigma.
El pecado no es fumar, sino atreverse a pensar diferente.


El dogma sanitario global opera como una religión secular. Tiene santos (la OMS), apóstoles (las ONG financiadas por Bloomberg) y pecadores (los usuarios, científicos o médicos que hablan de la reducción de daños). 


Su catecismo repite una supuesta verdad revelada: “El vapeo es peligroso, especialmente para los jóvenes”.
Y aunque en la mayoría de los países ya existen leyes que prohíben la venta a menores, se insiste en “prohibir lo prohibido”, como si el problema fuera moral y no de aplicación de la ley.



Esta obsesión por el control no ha reducido el consumo; solo ha empujado la innovación y el comercio a la clandestinidad. El resultado: mercados negros, productos sin regulación y consumidores sin información veraz.
Una política pública que se presenta como protectora termina siendo cómplice de lo que pretende evitar.


México como espejo: la batalla por la narrativa

En México, el eco de ese discurso global se escucha con fuerza. Las autoridades repiten las frases de Ginebra sin preguntarse si responden a nuestra realidad social. Se prohíbe, se persigue, se confisca… pero casi nunca se debate.



El ciudadano que busca dejar de fumar se convierte en sospechoso, el investigador independiente en “vocero de la industria” y el sentido común, en una forma de rebeldía. Mientras tanto, el país enfrenta cifras de tabaquismo estancadas, un contrabando en expansión y una juventud que —pese a todas las campañas— sigue fumando.
La moral sanitaria, presentada como política pública, ha reemplazado a la ciencia como guía de acción.


El poder del Goliat contemporáneo no reside en su fuerza física, sino en su capacidad de narrar. Quien controla el lenguaje controla la percepción. Por eso el debate sobre el vapeo no se gana en laboratorios, sino en los medios, en los comités de expertos, en las resoluciones de las conferencias del tabaco.



Las palabras importan: “epidemia juvenil”, “industria del vapeo”, “conflicto de interés” … términos que, usados estratégicamente, convierten a ciudadanos en villanos y a la duda científica en herejía.
Sin embargo, hay algo que el dogma no puede eliminar: la experiencia humana. Miles de exfumadores en todo el mundo son la evidencia viva de que la reducción de daños funciona. No lo dicen los comunicados oficiales; lo dicen los pulmones que respiran mejor.



La coherencia en salud pública también salva vidas

La batalla por la reducción de daños no es solo sanitaria; es cultural. Habla del derecho a decidir, a informarse, a disentir. Habla de una ciudadanía que empieza a comprender que la salud no puede reducirse a obedecer, sino que implica participar, cuestionar y construir alternativas.
Por eso, exigir evidencia no debería ser un privilegio reservado a las instituciones. 

Cuando una organización con el peso de la OMS afirma algo, debería mostrar sus fuentes con la misma transparencia que les exige a los demás. Si se invoca el Artículo 5.3 del Convenio Marco para denunciar conflictos de interés, también debería aplicarse a quienes reciben millones de dólares de donantes con intereses políticos o ideológicos.
La coherencia en salud pública también salva vidas.


El debate global ha sido secuestrado por el miedo. Se confunde precaución con prohibición, protección con paternalismo. Pero la reducción de daños —en el tabaco como en cualquier otro ámbito— parte de una verdad simple: el riesgo cero no existe, pero reducirlo sí es posible.
Aceptar eso no debilita la salud pública; la fortalece. Reconocer que un adulto puede elegir una alternativa menos nociva al cigarro no es rendirse ante la industria; es reconocer su derecho a vivir mejor.
El verdadero enemigo no es el vapeo, sino la indiferencia ante la evidencia.


No necesitamos nuevos dogmas, sino nuevas conversaciones. 


México —y el mundo— deben reconstruir el puente entre ciencia y ciudadanía. Eso implica abrir espacios donde médicos, científicos, usuarios y reguladores puedan dialogar sin miedo a ser etiquetados. Significa también exigir transparencia financiera a todas las partes, desde las tabacaleras hasta las fundaciones “filantrópicas”.
La libertad no se decreta: se ejerce.
Y en tiempos en que opinar distinto puede costarte la reputación, ejercerla es un acto de salud pública.



David no venció a Goliat porque fuera más fuerte, sino porque pensó diferente. 


En la batalla por la reducción de daños, pensar diferente sigue siendo el primer paso para cambiar la historia.



“La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces”. 
— Octavio Paz



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Iván Garay
Iván Garayhttps://YouTube.com/@kalaveratv
Iván Garay Noriega es español y reside en México desde hace más de dos décadas. Exfumador —consumió dos cajetillas diarias durante 22 años—, adoptó el vapeo hace 8 años como herramienta de reducción de daños. Informático de profesión y activista por convicción, es divulgador en el ámbito hispanohablante de la reducción de daños y creador de Líneas de Poder, un programa dedicado a noticias, estudios y políticas con el objetivo de mantener informada y crítica a la audiencia de habla hispana.

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