La historia de la regulación del tabaco es también la historia de una lucha entre la ciencia y el dogma, entre la evidencia empírica y la pulsión moralista de las clases dominantes que, a través del aparato estatal, han disfrazado de salud pública lo que en realidad es un ejercicio de control social, político y económico.
Hace décadas, el consumo de nicotina viene siendo moldeado bajo la lógica del castigo: impuestos punitivos, restricciones crecientes y campañas de estigmatización que no solo persiguen el tabaquismo, sino que buscan domesticar el placer, regulando las sustancias que puede consumir la población y en qué condiciones.
Desde las primeras campañas antitabaco hasta la ingeniería fiscal que encareció los cigarrillos con el pretexto de disuadir a los fumadores —pero con la certeza de seguir ordeñando un mercado cautivo—, la regulación se ha vendido como un acto de protección colectiva, una herramienta de salud pública.
Pero cuando emergen tecnologías que desafían este equilibrio de poder, cuando las personas encuentran formas de alejarse del cigarro sin someterse a la abstinencia total ni pasar por el filtro de la industria farmacéutica, el discurso se torna contradictorio. El paradigma cambia y, con él, las respuestas de los Estados. En lugar de reconocer el potencial de alternativas como el vapeo, el tabaco calentado, el snus y las bolsas de nicotina como herramientas de reducción de daños, las autoridades las demonizan, las someten a regulaciones asfixiantes y, en muchos casos, las castigan con prohibiciones que simplemente las equiparan al cigarrillo combustible.
No se trata solo de una cuestión de salud pública; se trata del control sobre los cuerpos y sus placeres, del derecho a decidir sobre el propio consumo sin mediaciones impuestas desde arriba. La pregunta de fondo no es quién deja de fumar, sino quién controla la nicotina y bajo qué condiciones puede la mayoría de las personas acceder a ella.
Como hemos publicado*, los primeros meses de 2025 han sido testigos de una aceleración sin precedentes en las restricciones sobre productos de nicotina. Desde Sudáfrica hasta Canadá, desde Chile hasta Turquía, la ola de regulaciones avanza con una lógica que parece menos motivada por la evidencia y más por una cruzada ideológica contra la nicotina en todas sus formas.
Los argumentos son los de siempre: proteger a los jóvenes, reducir el consumo, evitar la “epidemia del vapeo”. Pero las preguntas incómodas siguen sin respuesta: ¿qué sucede cuando las alternativas menos dañinas son eliminadas o severamente restringidas? ¿Se logra realmente una reducción del daño o solo se empuja a los consumidores de vuelta al cigarrillo o al mercado ilícito?
Un mapa de restricciones en expansión
El endurecimiento regulatorio no es nuevo, pero 2025 ha marcado un punto de inflexión. Las prohibiciones ya no son medidas aisladas; forman parte de un movimiento coordinado y de una narrativa que equipara erróneamente todos los productos de nicotina.
África: Sudáfrica y el precedente de un continente
El 3 de febrero, Sudáfrica realizó audiencias públicas sobre el Tobacco Products and Electronic Delivery Systems Control Bill, una legislación que impondrá restricciones a la venta, publicidad y etiquetado de productos de tabaco y vapeo. La medida sigue el modelo europeo de regulaciones estrictas y podría sentar un precedente para otros países africanos que buscan un marco legal más restrictivo, sin evaluar aún el impacto real de estas medidas en la reducción del daño.
América: avance en regulación sin consenso científico
El continente americano es un mosaico de políticas en conflicto.
- Canadá decidió no avanzar en la prohibición de sabores de vapeo este año, dejando entrever que las decisiones regulatorias no siempre responden a criterios sanitarios, sino a cálculos políticos y electorales.
- Estados Unidos retrasó su plan de reducción de nicotina en cigarrillos convencionales, mientras que estados como Oregón y California impulsaron restricciones a los vapeadores desechables.
- Chile y Panamá endurecieron regulaciones sobre empaquetado y publicidad, mientras que Guatemala propuso prohibir la venta de vapeadores a menores.
- En Washington, un proyecto de ley busca vetar todos los sabores en productos de nicotina, ignorando el impacto que medidas similares han tenido en el mercado negro de otros países.
El patrón es evidente: los gobiernos parecen obsesionados con restringir estos productos, pero sin una dirección clara ni coherente.
Asia y el Golfo: regulación, prohibición y contradicciones
En Asia y Medio Oriente, la regulación de la nicotina es un campo de batalla con estrategias dispares:
- Malasia abrió el debate sobre la posibilidad de prohibir el vapeo, aunque el gobierno reconoce que no hay voluntad política para una prohibición total.
- Turquía sorprendió al anunciar que reconsiderará su postura sobre los productos de nicotina, algo inesperado en un país con una política históricamente prohibicionista.
- Arabia Saudita propuso regulaciones más estrictas para la venta de tabaco y vapeo, aunque sin llegar al veto absoluto.
- Los países del Golfo (GCC) aprobaron estándares que restringen sabores, empaquetado y advertencias sanitarias, aunque la implementación final aún está en debate.
Europa: la vanguardia del prohibicionismo
Europa sigue liderando el camino del control estricto y, en algunos casos, del prohibicionismo sin matices:
- Francia prohibió los vapeadores desechables con un respaldo político casi unánime, sin considerar alternativas regulatorias menos radicales.
- Polonia prohibió sabores en productos de tabaco calentado e impuso nuevas reglas para las bolsas de nicotina.
- Noruega implementó empaquetado neutro para los productos de vapeo, reduciendo el atractivo visual sin evidencia clara de su efectividad en estos productos.
- El Reino Unido evalúa prohibir la venta de tabaco a quienes hayan nacido después de 2008, un modelo basado en la fallida estrategia de Nueva Zelanda, que finalmente fue derogada.
Europa parece no reconocer la diferencia entre cigarrillos combustibles y alternativas de menor riesgo, aplicando restricciones que, en algunos casos, pueden generar más daño que beneficio.
¿Salud pública o fomento al mercado ilícito?
La regulación no es intrínsecamente mala. Controlar la venta a menores, establecer estándares de calidad y restringir la publicidad en ciertos entornos son medidas sensatas. El problema surge cuando la regulación se convierte en una herramienta de prohibición absoluta, ignorando la jerarquía de riesgos entre distintos productos de nicotina.
La ciencia es clara: el cigarro convencional es la forma más letal de consumir nicotina. En contraste, el vapeo, las bolsas de nicotina, el snus y el tabaco calentado han demostrado ser significativamente menos dañinos. Sin embargo, los gobiernos parecen más preocupados por la nicotina en sí que por los verdaderos factores de riesgo.
¿Prohibir reduce el consumo o lo desplaza?
La experiencia de otros productos sugiere que las prohibiciones no eliminan el consumo, sino que lo trasladan a canales ilegales. En Tailandia, donde el vapeo está prohibido, el 40% de los usuarios accede a estos productos a través del mercado negro.
¿Dónde quedará la reducción de daños?
El Reino Unido fue pionero en la adopción del modelo de reducción de daños, alentando a los fumadores a cambiar el cigarro por alternativas menos dañinas. Sin embargo, este enfoque parece estar siendo abandonado por países que han optado por regulaciones punitivas, poniendo en riesgo años de avances en salud pública.
¿Quién gana con el prohibicionismo?
Si las regulaciones siguen este curso, los grandes beneficiados serán los productores ilegales y los distribuidores del mercado negro, que operan sin control sanitario ni restricciones de edad.
Las decisiones políticas sobre el tabaco y el vapeo deben basarse en la ciencia, no en impulsos prohibicionistas que ignoran la realidad del consumo. La reducción de daños no es una estrategia “provapeo” ni una concesión a la industria; es una respuesta lógica y pragmática a un problema que mata a millones de personas cada año.
Si las autoridades siguen tratando al vapeo y al tabaco calentado como si fueran cigarrillos combustibles, el resultado no será una generación libre de nicotina, sino una población expuesta a productos de menor calidad, sin regulación y sin acceso a alternativas menos dañinas.
La historia del prohibicionismo ha demostrado repetidamente que las políticas extremas rara vez logran su objetivo. La pregunta que queda en el aire es: ¿repetiremos los mismos errores del pasado o finalmente aprenderemos que la mejor forma de salvar vidas es regulando con inteligencia y no con dogmas?
*noticias que hemos publicado:
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